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El 29 yo iré a trabajar
 
 
 
 
 
 
 
26 de Septiembre de 2010
Razones para no secundar la próxima huelga general
Luis Antonio Mariscal Rico.-Hace bastantes años un compañero de trabajo, ducho en temas sindicales, me explicó la regla de oro de toda huelga de trabajadores.  Y lo hizo en estos términos: “las huelgas hay que hacerlas cuando las líneas de producción de la empresas están funcionando al máximo, y no cuando se encuentran paradas”. Esta afirmación es fruto del más común de los sentidos y difícilmente se podría estar en desacuerdo con ella. Si algún poder tienen los trabajadores frente a sus empleadores es el de hacer peligrar aquello que constituye la esencia del capitalismo: el beneficio. Cualquier Consejo de Dirección que tema que sus excelentes previsiones de ventas se tambaleen por culpa de una reivindicación laboral de sus trabajadores, será sin duda más proclive a la negociación con los mismos. A nadie se le ocurre hacerle una huelga a una empresa en quiebra o con un ERE en marcha.  Claro que el tipo de huelga del que hablo es aquella en la que intervienen los agentes directamente implicados: la empresa y sus trabajadores. La jornada de paro general que está convocada para este 29 de septiembre es otra cosa. Los sindicatos, organizaciones que representan tan sólo a sus afiliados, han asumido un protagonismo tardío e inoportuno.
Tardío, porque si bien la reforma laboral, casus belli de esta huelga, profundiza la indefensión del trabajador ante el empresario, no es menos cierto que el trabajador ya venía siendo objeto de abuso en el tema de las contrataciones laborales por parte del empresario desde hace años. Me refiero a situaciones tan sangrantes como,por ejemplo,las derivadas de los famosos contratos por obra y servicio (si hay trabajo cobras, si no lo hay no cobras), de los fijos discontinuos (fijo una temporada y parado otra) o de los llamativos autónomos por cuenta ajena (con una relación mercantil entre el trabajador y la empresa). Por tanto, cabría preguntarse por qué ahora los sindicatos deciden sacar la pancarta de las reivindicaciones laborales y no antes.
 
Evidentemente, es esta una huelga política, ya que va dirigida contra los políticos. Su objetivo es forzar al Gobierno de la Nación a que deje las cosas como estaban en materia laboral, que como digo eran ya de por sí bastante perjudiciales para los intereses del trabajador.
Pero los sindicatos no son organizaciones políticas, sino al servicio del trabajador. Su trabajo se debe desarrollar en los comités de empresa, en las juntas de personal, en las mesas de negociación, etc. En la calle también, pero para defender a aquellos trabajadores que estén siendo perjudicados por alguna decisión empresarial determinada. Si desean modificar leyes no es este el camino. Que formen partidos políticos y se arriesguen a presentar y defender sus propuestas en el  Parlamento. Han actuado tarde y mal.
 
Inoportuno, porque la regla de oro para que la huelga sea efectiva no se cumple en la coyuntura actual: las líneas de producción están paradas, la empresa está en quiebra técnica y además su consejo de dirección está deslocalizado.
 
Es España actualmente un país en grave situación económica y financiera, en el que la actividad industrial no termina de repuntar, en el que el paro bate todos los records, y en el que su Gobierno (al igual que los del resto de países de la UE) tiene una autonomía muy limitada para poder gastar y endeudarse.
 
Las decisiones de gran calado (nivel de endeudamiento, subvenciones a la industria, etc.) no se toman en el Consejo de Dirección de la empresa (léase Gobierno de España) sino por Directorios Financieros (BCE, FMI, Comisión Europea,…) lejanos y ajenos al sufrimiento y a la ansiedad de unos trabajadores condenados de por vida a la precariedad laboral.
 
Esta reforma laboral es un tributo de nuestro Gobierno a las políticas neoliberales que nos gobiernan desde más allá de los Pirineos. Por eso, no puede haber marcha atrás en esta reforma laboral, y los sindicatos lo saben. Pero quizá su instinto de supervivencia les ha hecho dar este respingo ante la amenaza de una sociedad cada vez más sometida a la dictadura del insaciable neoliberalismo.

El 29 yo iré a trabajar y en las próximas elecciones generales mi voto será para aquél que me prometa que no puede prometerme nada, ya que la soberanía de las naciones es pura entelequia. Al menos no me sentiré engañado.

 
 
 
 

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