Porque yo miro a los chicos- un poco- y a las chicas – bastante más- y pienso: ¿Cuánto Unamuno habrán leído estos zagalillos?. Y uno que dice: “ofú pisha, qué punto ma Güeno tengo” me ofrece la gráfica respuesta.
Gallardoski.-Uno piensa mientras está plácidamente tumbado en el sofá, sumido en la lectura de, pongamos: “En torno al casticismo” de Unamuno, que andarán por ahí los amigos solazándose a base de bien, tomando copas. Que andarán los amigos y las amigas tocándose sus cosas, entre los rincones menos iluminados de los clubes, sublimando con las salivas de los besos la humedad de la madrugada, que otros habrán concluido ya, por fin, esa novela magnífica que los llevará directamente a la fama y a los programas de televisión de Sánchez Dragó.
Y uno aquí, iluminado por una lamparita, que parece la alcoba de los tiempos de Unamuno con esta luz cenital, leyendo a Don Miguel, feliz con su intelecto, pero extrañamente consternado, como si a uno le faltara algo. Por eso entre párrafo y párrafo me gusta echarle un vistazo al careto de Unamuno, ese hombre que como no soporta la inexistencia de dios, se inventa todo un sistema filosófico positivista y confuso, pero estimulante.
Unamuno está bien cogerlo de mayor, porque de joven si lo lees mucho te quedas calvo del tirón, la adolescencia se te va sin fiestas ni alegrías con las muchachas, en los guateques te relegan a pincha discos, o a encargado de los recados, si de lo que se trata es de uno de esos botellones contemporáneos.
Porque yo miro a los chicos- un poco- y a las chicas – bastante más- y pienso: ¿Cuánto Unamuno habrán leído estos zagalillos?. Y uno que dice: “ofú pisha, qué punto ma Güeno tengo” me ofrece la gráfica respuesta.
Unamuno tiene una prosa lenta, muy pensada aunque poco brillante, y dolorida, porque ya se sabe cómo le dolía a este hombre España, pero su existencialismo sobre lo colectivo resulta muy moderno y muy esclarecedor con respecto a sus posiciones, primero de apoyo a la república, después de rechazo y , posteriormente de apoyo y rechazo al levantamiento militar del dictador de orientación católico fascista, Francisco Franco. Entro en detalles como deferencia a mis lectores más jóvenes, esos que en vez de a Unamuno le prefieren a uno…a pesar de estos pareados.
Una carcajada callejera , entra por el balcón como un Mefistófeles de bruma. ¡Vente - parece decirme incitante y zumbón - y disfruta de la ebriedad con que el hombre maduro apura sus noches de salud y fanfarria!. Y me entran ganas de tirar el libro porque además Unamuno ahora está metido en un jardín descriptivo-dialéctico que me revuelve el estómago.
Me pongo a pensar en ese cuadro, casi fotograma ya, que conformamos a veces. Nuestras chaquetas, nuestras camisas y la levedad calculada de nuestra pinta de artistas o por lo menos de maestros de escuela. Añoro ese rincón de conversación elevadísima entre cubatas en el que aviamos tranquilamente desde la crisis de identidad de los ciudadanos de el Pago las Minas, hasta la cochambre moral de la Unión Europea que destruye un muro en Berlín para levantar otro más alto y más facha en Melilla.
Unamuno apenas puede convencerme ya de nada. Me han vencido otras impaciencias y a eso de las dos de la mañana me dispongo a buscar faena en las tabernas. Salgo enfermo de ansiedad a buscar a esos que siempre le cuentan a uno lo bien que se lo pasan, lo elevadas que son las conversaciones cuando uno no está, o la de miradas furtivas de mujeres hermosas que cazaron en los pubs exquisitos.
Mas, como siempre, los ansiados amigos no son hallados en la noche ciudadana. En su lugar una jauría de envenenados vampiros plúmbeos y pelmazos se empeñan en narrarme sus hazañas. Huyo, espantado por la naturaleza humana, y les digo mientras lo hago:
¡Venceréis pero no convenceréis, mamones!
Más o menos como Unamuno a Millán Astray. Todavía uno, ofendido y bastante borracho me inquiere:
“Pues nosotros por lo menos no nos hemos aburguesado y tenemos mucha vidilla. “
-¡ Pues, viva la muerte! -Le grito- como hizo el facha de Millán Astray a Unamuno
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