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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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18 de Diciembre de 2014
Antianiras IV III   II  I 
José Antonio Córdoba.-El resto del camino hasta Palestina, no estuvo exento de enfrentamientos con los que ustedes llamáis, sarracenos, -comentaba Iscales- nada que los hombres de mi padre no pudieran repeler. Ante la imagen lejana de la ciudad fortificada de Acre, tropas cristianas salieron al encuentro de la columna de peregrinos, caballeros del Hospital y hermanos nuestros les dieron escolta hasta la ciudad. Allí mi padre fue requerido ante el Senescal del Temple, ya con un intérprete, se acordó de que los caballeros Darmatas, marcharan hasta la ciudad celestial, para presentarse ante el Rey, pero sobre todo, ante el Gran Maestre, Odón de san Amando.

La recepción se llevó a cabo en el Al-Aqsa, la Casa del Temple en Jerusalem. Desde aquel día, los descendientes directos de aquellos caballeros Dármatas, cumplimos con el juramento que entre caballeros se selló aquél día. En nuestra tribu hombres y mujeres combatimos en igualdad de condiciones, algo que no sucede así en vuestras culturas, por lo que nuestra caballería permanece independiente a la Orden, en lo que a vuestros votos se refiere, ya que en ningún momento profesamos.
Al igual que mis caballeros, permanecía atento a las explicaciones de Iscales. Me sorprendía además la cultura que demostraban estas mujeres, pero había algo que no acababa de comprender, como sin profesar los votos vestían las ropas de Caballeros de la Orden, mi curiosidad -algo que ya me había acarreado alguna que otra llamada de atención, por parte del Senescal- me llevó a preguntarle: ¿cómo vestís las mismas ropas que nosotros, si no profesáis los votos? Iscales se encogió de hombros, y se limitó a explicarme, que eso formaba parte de aquel juramento, y que ellas, lo habían renovado hacía apenas tres años.
 
Los días pasaron, y llegamos a la Casa Madre en París, allí descansamos un día completo. Para después partir con el nuevo contingente de Caballeros para los Santos Lugares.
 
Al cabo de un mes había tomado bajo mi mando a este grupo de intrépidas mujeres, ellas eran las Damas del Temple, y eso precisamente era algo que no les faltaba temple. Y de esta manera, es como aquella tarde  nos encontrábamos preparándonos para partir hacia esa nueva misión. He dicho, tomado bajo mi mando, pero tenía la sensación de que lo hicieron por no herir mi orgullo, pues ya he dicho que parecían conocer todos mis pensamientos, algo que a veces me preocupaba.
 
No muy lejos de donde nos encontrábamos, andaba preparándose para la misión el mensajero que en ningún momento se había dirigido hacia nosotros.
 
La oscuridad tomaba el horizonte de oriente del este, mientras por el oeste tras el más se ocultaba ya la escasa claridad que el sol dejaba en su marchar.
 
Aunque parezca mentira, nos habíamos especializado en llevar a cabo misiones ciertamente clandestinas, y esta se presumía otra más, aunque me preocupaba el tono del Senescal, había preocupación en sus palabras tranquilas y pausadas.
 

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