Mirando el humo del café, me he preguntado en más de una ocasión, si el amigo Rafa marcha en persona a aquellas tierras del Nuevo Mundo por este buen producto de la naturaleza. No resultaría extraño verlo subido a un asno, animal y noble, que no terco, como aquel Sancho del Hidalgo de la Marcha, por aquellos caminos nada transitados de innumerables dificultades y menos comodidades. Senderos juntos a grandes precipicios que te hacen replantearte tu existencia; o por la selva, donde los sonidos te recuerdan lo insignificante y asustadizo que es el ser humano ante lo que desconoce; o por entre las inmensas plantaciones de cafeto, de coloridos verdosos donde sobresalen las más variadas tonalidades de rojo, que a modo de, se desdibujan por entre las ramas.
Tras el vario pinto viaje, alcanzaría nuestro amigo su destino, la hacienda del productor de café, lugar donde los aromas propios de la naturaleza han sido sustituidos, por ese, el del grano de café tostado. De rituales vive el hombre, he aquí, que nuestro ilustre amigo ante un saco cualquiera del grano ya envasado, cumple el ritual de turno, palmeada al costado del saco; con el cazo en la mano, varios movimientos en la boca del abultado saco para airear el grano, golpe en seco y el cazo introducido hasta la empuñadura entre millones de granos tostados, con el cazo ya fuera del saco, huele los granos extraídos con la vista perdida, quizás pensando en sus clientes a la hora de disfrutar de tan exquisito producto, toma un puñado entre las manos y lo estruja para dictaminar la consistencia del tueste, y con sonrisa pícara, asiente al hacendado para que se lo remita a España, a su Sanlúcar.
Pero más quisiera el buen Rafa, perderse por esos mundos desconocidos. Porque él es un enamorado de la Comarca, su ratos de ocio los dedica a visitar las casas de los buenos caldos locales, que cuando no, pues visita las de Jerez, o el Puerto, acompañándose a la vuelta de algún buen caldo envasado y su etiqueta que coloca en esa alacena, donde yo quisiera vivir el resto de mi eternidad, pues ni Dios –que me perdone el Todopoderoso- cuida a los ángeles, como mi buen cafetero cuida sus vinos y etiquetas, en ese humilde y bello palacio que para tal fin tiene en la mencionada alacena.
Se me enfría el café, queridos amigos, otro día les platicaré de cómo Rafa, me llevó a conocer el sacta santorum de las grandes iglesias de la villa. Ese lugar dónde los ángeles bajan desde las alturas para cantarles a los mortales.