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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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21 de Febrero de 2015
La gruta
José Antonio Córdoba.-“Dos minutos, amigo mío, dos minutos entre ponerte el café y traértelo, y tus ronquidos han despertado al buen párroco de la Iglesia Mayor…” Me había tomado el café y tras ello, salí del local, deambulando por las calles con esas palabras aun rondándome por la memoria.
Aunque el cansancio y la falta de un buen sueño, parecían hacer estragos en mi cuerpo, dudaba mucho que se hubieran apoderado de mi mente. ¡No estaba loco, ni camino de ello!Encaminé mis pasos hacia la ribera casi al lento ritmo del atardecer, que cuando vine a reaccionar, me hallaba frente a la puerta del único bar del aquella planicie de arena limpia, ─depósito de cientos de años de las corrientes de este bello Betis, que roba la arenas de las montañas y las deposita a los pies de la villa de Solucar─, donde marinos, corsarios y gentes de dudosa reputación bebían, hablaban y de mujeres se saciaban.

La mala fama del lugar traspasaba las campiñas de la villa. Pero aun así, entré, necesitaba una copa en un lugar donde no se me recordara, además, buscaba soledad. Aunque mi presencia no pasó desapercibida, pude llegar a la barra pedir una botella de lo que se supone manzanilla y tomar asiento junto a una de las pocas mesas que por el salón había. Seguía en mis trece, no dejaba de escuchar aquellas palabras. ¡Todo parecía tan real!

Una sombra oscura se proyectaba sobre la arena, que hacía las veces de suelo en aquel antro. Un hombre corpulento, de gran estatura, destacando por encima de la clientela habitual de aquel lugar, había entrado en el local y me observaba. Una gran capa de un marrón oscuro le cubría de cuello para abajo. Sin mediar palabra  tomó asiento junto a mí. La manzanilla de aquel local era fuerte de narices, pues ¿no se me asemejaba aquel individuo a uno de aquellos marinos de siglos pasados, de aquellos que hacían las Américas? ¡Joder!

El mesonero, se apresuró a pasar un trapo sobre la tabla destartalada que hacía las veces de mesa y poner un vaso con una botella sobre la misma. Cuando el mesonero se dio la vuelta, mi acompañante cogió mi botella y mirándola al tras luz, comentó mientras me miraba ─aún no es tarde, amigo José Antonio─  y acto seguido vació el contenido sobre la arena.

─Creo que los langostinos no se lo van a agradecer─ fue lo único que salió de mis labios.

Después dejé de ser el anfitrión, para convertirme en el invitado. El caldo de la otra botella ya era otra cosa, y lo degusté sin quitarle la vista a quien me invitaba.

Tras remojar su garganta con un primer vaso, mientras llenaba el segundo, comenzó a contarme una historia, que pronto dejó de serme fantasiosa, al ver que conocía detalles de mi sueño –ese que me había llevado hasta allí– Según mi interlocutor, alguien había roto el orden establecido. Existía un individuo con la facultad de visitar distintas épocas en el tiempo. A cada palabra suya, más expectación provocaba en mí, ¿orden establecido?, ¿visitar distintas épocas en el tiempo? Al intentar despegar mis labios para preguntar, un gesto suyo me indicó severamente que guardara silencio, y así lo hice.

Mi anfitrión continuó relatándome una historia, que se iniciaba en un época tan remota, que creo no haber escuchado que existiera. Como si pudiera verlo in situ, en mi mente se iban formando las imágenes de lo que mis oídos escuchaban. Mis ojos debieron de iluminarse, pues de pronto la voz de mi interlocutor se apagó y al volver mi mirada hacia él, una sonrisa burlona se dibujaba en su boca, a la vez que asentía con la cabeza. Aquél extraño estaba describiéndome con todo lujo de detalles, el suceso del que fui testigo –en mis sueños- frente a las Covachas, pero el prodigio vino cuando detalladamente hablaba de cómo se accedía a la gruta oculta en el interior de aquella arcada…

 
 
 
 

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