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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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08 de Noviembre de 2015
José antonio Córdoba.-(...)─Querido hermano, esta es mi historia, entre los hombres que ahora beben dentro se encuentran varios Caballeros que portan el estandarte del que os he hablado.
Llegó la hora de partir, Charles de Argues enfundó con tanto o más respeto su espada y alzando la vista hizo un gesto de asentimiento a uno de sus hombres, y acto seguido todos los jinetes se apresuraron a sus monturas. Ambos hombres se encaminaron hacia los caballos, mientras Agues pedía a Guillén de Belver le acompañara, pues tenía una ultima misión, una que daría sentido a su vida y sobre todo a su espíritu. Pero solo se la revelería si él aceptaba acompañarles de vuelta a la ciudad amurallada.
Belver, tras unos minutos cavilando aceptó la oferta del antiguo Senescal y emprendió la marcha con el resto de los jinetes. Tres jornadas tardaron en alcanzar la ciudad fortificada, era majestuosa, en dimensiones y sus murallas parecían engullidas por una cantidad inusual de torres.

Belver fue presentado al general y Señor de la ciudad, disfrutó durante unas semanas de los placeres y comodidades de palacio, aunque no perdía ocasión de bajar a ejercitarse con los Hashsha-shin. Una tarde mientras paseaba por los jardines, pues disfrutaba de la bella imagen de aquel colorido lugar y del correr del agua con sus saltos y fuentes, se le acercó una joven indicándole que Agues le reclamaba en su habitación. Belver asintió y dando una última mirada al jardín y a la fuente que estaba junto a él, se encaminó hacia las dependencias de su amigo.

Pensaba encontrase a Agues dejado caer sobre la mesa escritorium leyendo alguna cosa, pero no fue así, éste estaba caminando por la habitación, muy nervioso, en la sala se encontraba el general su lugarteniente y dos Hashsha-shin. Al entrar en la habitación se le comunicó que el pendón original había sido robado y que nadie había sido conocedor de ello hasta que esa misma tarde uno de sus custodios fue a revisar la sala, algo que hacían muy de tarde en tarde, pues años llevaban en el lugar y nunca antes nadie se había atrevido a tal osadía. Así que desconocían quienes lo había hecho o hacia donde podían haber encaminado sus pasos.

Ya de madrugada, Guillén de Belver accedió a las pretensiones de su amigo, que consistían en haber tomado el pendón y trasladarlo a Castilla, allí en Hispania. Pero que al haber desaparecido este debería de encontrarlo primero y después concluir su misión.

─Hermanos, la vida me vaya en ello antes de permitir que nuestro blasón se pierda a manos de algún enemigo de la Cruz ─fueron las últimas palabras de Belver.

Esa noche descansó y al alba, él y un grupo de 20 hombres entre ellos algunos antiguos templarios, cabalgaron buscando una posible huella de los ladrones del blasón. Pero las semanas pasaron, que dieron lugar a meses, y con el pasar de los meses se empezaba a dudar de dar con los asaltantes. Sin embargo, en una de las paradas que hacían para dar tregua a sus monturas, y los hombres comer y estirar las piernas, uno de los observadores volvía a galope tendido, habían encontrado una especie de villa, y uno de sus habitantes decía haber visto a unos jinetes extraños pasar por aquel lugar hacía ya cinco meses. No se sabía de su rastro, pero según contaron al observador se dirigían hacia las montañas, al Castillo de los Gigantes, lo complicado es que todos lo conocían pero ninguno sabía a ciencia cierta donde se hallaba, pues lo conocían a través de leyendas. Belver, agradeció la información al observador y este volvió a su puesto. Se quedó meditando que hacer. Pero algo le hizo levantarse y ordenar a sus hombres cabalgar hacia la villa. Una vez allí, reunió a los ancianos del lugar y les habló, les contó quienes eran y que les habían robado, entonces los ancianos aceptaron narrarlas historias que ellos siendo más jóvenes habían escuchado a su vez de sus ancianos.

─Nadie sabe ─empezó a narrar uno de aquellos sabios─ cuando se construyó aquel castillo en lo que coinciden todas las historias es que fue mucho antes de que se habitara este valle que las montañas cortan en dos. Según nos contaron, las montañas cortaron el valle quedándose con una parte de él en su interior, allí, es donde se erigió el Castillo de los Gigantes. Nadie ha visto gigantes por estos alrededores o por los del otro lado del valle, pero así llaman a aquella fortaleza, de la cual cuentan que sus muros casi tocan en el cielo.

─¿Nunca habéis tenido la curiosidad de conocer el lugar? ─preguntó Belver, recibiendo por respuesta un prolongado silencio...

 
 
 
 

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