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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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29 de Febrero de 2016
Omnes Oceanus IX (El cambio)
José Antonio Córdoba.-Y esa fue precisamente su agenda para esa noche, cenó en un coqueto y elegante restaurante, y aprovechó para preguntar al camarero le recomendara un lugar o dos, donde tomar algunas copas y disfrutar de buena música…
La noche avanzaba y sus pasos no hallaban el camino que esperaba encontrar cuando emprendió aquel extraño viaje. Tras mucho pasear y con algunas copas encima, -no conseguía que su fría espalda cobrase una temperatura decente, pues el relente de la noche se había adueñado de su delgada espalda- acabó nuevamente en una de las calles paralelas al puerto seguiendo a un grupo de cinco veiteañeras, sin muy bien saber porqué. Estas entraron en un pub y ella hizo lo mismo, como si involuntariamente aplicara aquello de “donde fueres haz lo que vieres”, su reacción al ver el ambiente casi la hace vomitar allí mismo. ¡Uniformes!, había entrado en un bar atestado de uniformes de la Armada, ella que desde que se declaró insumisa, algo que hizo por si las moscas, aunque en su etapa de veinteañera la mujer aún no había dado el salto a las Fuerzas Armadas.

Y ahora acaba en la barra de un bar atestado de “marineritos”, -en fin -se dijo y pidió al camarero un Barceló cola, se giró dejando caer su espalda contra la barra y oteo el bar en todo lo que le fue posible desde aquel lugar. Andaba en sus pensamientos de incredulidad, pues no se explicaba como había acabado allí, ¡ella! que destetaba un uniforme, pero allí estaba. Pensaba que podía haberse dado la vuelta y salir por donde había entrado, pero se decía así misma, que nada la amedrentaba y aquel lugar no iba a ser el primero. Como decía, en estos pensamientos estaba cuando una figura entorpeció su campo de visión al ponerse delante de ella. Sin la menor impresión lo miró de abajo hacia arriba, un marinerito de azul, -¡coño, los hay de colores!- se dijo para sus adentros, a la par que esbozaba una sonrisa burlona, algo que al citado marinero no le pasó desapercibido.

-Carlos Bejarano -se presento el hombre, a la vez que se le acercaba al oído de ella para que lo escuchara entre el bullicio del local.

Ella lo miró durante un rato, cavilando si mandarlo al carajo con educación o no, cuando de sus labios escuchó, -Carmen-, no se lo explicaba, su cerebro la había traicionado.

Él la miraba fijamente y ella resignada, volvió a decir nuevamente:

-Me llamo Carmen del Güel -forzando un sonrisa.

Carlos la indicó lo siguiera y ella obedecía, no se lo podía creer. Continuamente se pregunta que la ocurría, y cuando vino a reaccionar llevaba una hora platicando con aquel marinero en un ambiente totalmente distendido.

Pasó dos días en compañía de aquel marinero, bueno al día siguiente, tras una noche de pasión comprendió que aquel marinero era en realidad un Teniente de Fragata. La segunda noche de estar juntos, mientras cenaban en un restaurante él comentó que al día siguiente embarcaba para el Mediterráneo, su buque se incorporaba en un comboy que tenía como misión dar apoyo en aguas internacionales a un crucero ruso y que estaría desplegado unos tres meses en el mediterráneo oriental. Ella lo miraba atenta pero sin el menor apego hacia ese hombre que había compartido con ella algo más de 48 horas extraordinarias, aunque le preocupaba la peligrosidad de su misión.

Ambos se miraron durante un largo silencio pero ninguno se apresuró a hacer comentario alguno que estropeara esas horas compartidas, aquel silencio dejaba claro que ambos eran consciente de los fugaz de aquella relación y su conformidad.

De pronto y mientras Carmen daba un trago de su café helado, Carlos dijo en seco:

-¡Carmen, presentate a las Fuerzas Armadas, hazte militar de oficio!

Carmen casi se atraganta al escuchar aquellas palabras, aunque no pudo evitar toser y con ello escupir el trago de café que tenía en ese momento en la boca. Se repuso limpiándose la boca con una servilleta y miró estupefacta a Carlos, quien la miraba apaciblemente serio.

-¡Vamos a ver Carlos! -comenzó a decir ella -¿que te han puesto en el café para que me digas tal sandez?, sabes que los uniformes no me van, que el estar contigo ha sido algo que aún sigo sin comprender. ¡Pero de aquí a que vista uniforme y menos aún abrace la vida marcial militar, pues como que no!

Carlos giró la mirada hacia el puerto, desde el restaurante se divisaba el puente de mando de una de las fragatas amarradas en el muelle. Y sin mirar a Carmen comenzó a decirle:

-Carmen, tienes un coeficiente de inteligencia alto, tus aptitudes físicas son excelentes -aquí dejó entrever una mueca burlona, que ella pilló al vuelo -, pero sobre todo, me encanta la pasión que muestras al hablar del mar, de sus lugares ocultos, de sus secretos, de la vida que alberga, de tú inquietud por descubrir sus secretos. Por eso creo que tienes una oportunidad excelente en la Armada, allí podrás buscar un destino que te permita acceder y conocer los secretos de mares y océanos. Y quien sabe, lo mismo la próxima vez que nos viéramos me tenga que cuadrar ante ti y saludarte. -y rompió en una sonora carcajada.

Ella lo miró con un cabreo de narices, pensaba que el humor irónico de la Armada tenía su máximo referente en Carlos.

 
 
 
 

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