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Apuntes de Historia CXVIII
 
 
 
 
 
 
 
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05 de Abril de 2015
LA FALLIDA CARTA ARQUEOLÓGICA DE SANLÚCAR IV
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-En estos artículos, en los textos que venimos presentando en las últimas semanas, estamos tratando de acercarnos a un tema que se ha revelado infructuoso hasta el momento: el de la elaboración de la Carta Arqueológica del Término Municipal de Sanlúcar de Barrameda.Con este motivo, y además de acercarnos a algunos de los avatares de dicho frustrado -hasta el momento- proyecto, estamos llevando a cabo una aproximación “panorámica” a los perfiles esenciales de la realidad arqueológica de este territorio y término municipal, por así decirlo, perfilando los contornos de estos elementos esenciales, de algunas de las características de obligada mención de entre las que configuran el conjunto de la riqueza arqueológica (conocida) de nuestra ciudad.Entre estos elementos esenciales se cuenta -como no podía ser de otro modo- el así llamado “Tesoro de Évora”, que se conserva en el Museo Arqueológico provincial de Sevilla y representa uno de los ejemplos principales de su categoría (por estilo, naturaleza y cronología) de los conservados en Andalucía.
Fue objeto de un hallazgo casual, y dio pie a la investigación de campo que a mediados del siglo XX llevaron a cabo como consecuencia de dicho hallazgo en el Cortijo de Évora los arqueólogos Juan de Mata Carriazo (catedrático de la Universidad de Sevilla) y Manuel Esteve Guerrero (fundador de Museo Arqueológico de Jerez de la Frontera, entre otras responsabilidades, y personaje capital -a su vez- de la arqueología gaditana entre los años 50 y 70 del pasado siglo).

En el yacimiento arqueológico de Évora, en los límites de la marisma y en el que fuera un entorno costero en la Antigüedad (en el que quizá fuera el límite territorial de Asta Regia frente a un horizonte costero de marcada presencia fenicia y púnica), aparece uno de los tesoros protohistóricos más ricos del entorno tartésico (con una cronología que se remonta a los siglos VII y V a.C.), tanto por el conjunto de las piezas que lo componen como por la naturaleza y factura de las mismas.

En el conjunto del Tesoro se dan cita distintos elementos tales como colgantes, arracadas, pendientes, cuentas de collar…, presentando este conjunto de piezas muebles un corolario de las técnicas de factura más finas y delicadas de su época (tales como la filigrana o el granulado, entre otras).

El yacimiento de La Algaida, excavado esencialmente en los años 70 y 80 del siglo XX (unas décadas más tarde que el de Évora) por el entonces director del Museo Arqueológico provincial de Cádiz, Ramón Corzo, y su equipo (con alguna intervención aislada más reciente, a principios de la década de los noventa de dicho pasado siglo), ha proporcionado un conjunto de objetos muebles de una naturaleza más heterogénea que el de La Algaida, ya que se han hallado desde monedas a figurillas votivas de bronce de carácter animal o mitológico, así como piezas de barro tan significativas y singulares como el pebetero antropomórfico o, más especialmente aún, la pequeña imagen de la que se ha dado en llamar la Diosa de La Algaida.

En lo que se refiere a esta pieza singular, la Diosa de La Algaida, conservada en el Museo Arqueológico Provincial de Cádiz (y sobre la que hemos tratado en artículos anteriores), cabe señalar que se trata de una estatuilla de cerámica, sobradamente conocida, hecha a molde, con unas dimensiones de 21 cm. de altura y una anchura máxima de 8’5 cm. (con una datación amplia entre los siglos V y II a.C.); se trata de una terracota que representa una figura femenina vestida que sostiene en sus brazos a un niño, aparecida en el contexto de las ya citadas excavaciones dirigidas por el profesor Corzo (1979-1984) en el Santuario de La Algaida, cuya tipología ha sido recientemente estudiada por la profesora A. Niveau, de la Universidad de Cádiz.

Estos conjuntos de piezas singulares (nativas, de importación, fenicias, indígenas, tartesias, turdetanas, etruscas…) forman parte de la Historia de este territorio en el que se encuentra Sanlúcar y del que formamos parte desde la Prehistoria. Han sido fruto bien de hallazgos casuales, bien de investigaciones arqueológicas de campo (de excavaciones, fundamentalmente), y sin embargo no forman parte del panorama del Patrimonio local, al encontrarse fuera de la localidad, salvedad hecha de algunas copias de piezas, como la del Bronce de Bonanza o la Diosa de La Algaida, o alguna pieza del Tesoro de Évora, expuestas en el Centro de Visitantes del Parque de Doñana de “La Fábrica de Hielo”, en Bajo de Guía (Sanlúcar de Barrameda).

Estas piezas, jalones del pasado de este territorio, individuales o integradas en uno u otro conjunto de objetos, resultado de excavaciones regladas o de hallazgos casuales, pertenecientes a horizontes culturales pre y protohistóricos o adscritos a la Antigüedad Clásica, no son los únicos exponentes de lo que podría calificarse como la “arqueología perdida” sanluqueña.

No son los únicos exponentes de un Patrimonio Arqueológico al que pertenecen igualmente tantos yacimientos sanluqueños que aún (y especialmente para el gran público, para la ciudadanía) permanecen desconocidos, quizá prospectados y reconocidos hace un par de décadas, o bien quizá reconocidos en visitas más recientes a la campiña sanluqueña, pero aún “dormidos” y no integrados en el bagaje histórico y patrimonial de la ciudad, de los sanluqueños.

Yacimientos desconocidos o “dormidos”, por así llamarlos, que han de unirse a las noticias relativas a unos u otros hallazgos de estructuras o de materiales arqueológicos, unas noticias puntuales que proporcionan información no contrastable (“verba volant”, que dice el adagio latino: las palabras vuelan, mientras los escritos permanecen, cuentan con la firmeza que desconocen las palabras no fijadas al papel) relativa a la existencia de hipotéticos (y en su mayoría perdidos) sitios arqueológicos en el casco urbano (o en el término municipal, en cuyo caso estos yacimientos no se habrían perdido en la misma proporción que los supuestamente “aparecidos” en el casco de la ciudad), cuando no se trata de noticias relativas a hallazgos puntuales de objetos muebles.

En estos casos (por unas u otras razones y motivos), es muy difícil (cuando no imposible -o casi) contrastar la información proporcionada por estas noticias “de verba” (transmitidas de palabra, verbalmente) con la realidad (posible, probable, hipotética…) de las cosas.

En el caso de las diversas informaciones sobre hipotéticos yacimientos (o, dicho de otro modo, sobre la presencia de estructuras en uno u otro solar o espacio determinado del casco urbano), la piqueta (por así decirlo) suele haber dado cuenta del objeto protagonista de la información, impidiendo la propia evolución de la trama urbana el abundar en el conocimiento de las cosas (hechos y restos) que motivaron la noticia.


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