Jota Siroco.-La virtud, mi querido amigo Briones, es flor de un momento; el vicio sin embargo tiene un largo proceso de aprendizaje y sobretodo un concienzudo sistema de especialización. El vicio es por definición rutinario. No hay nada más triste que tomarse una cerveza en una bar desconocido, donde las miradas de camarero y parroquianos escrutan cada uno de tus movimientos con el fin de comprobar qué tipo de facineroso se esconde bajo tu aspecto.
El viejo vicio de convertir en pavesas la planta americana del tabaco exige también sus años, su tertulia y su ambiente. Nada más antitabaco que esa legión de marginados, entre la que me cuento, fumando un pitillo cual puta esquinera.
También el concepto de España es un vicio viejo que demanda haber mamado las ubres del internacionalismo o haber leido a Alberti, a Celaya y a Miguel Hernández.
A uno, que por fin se había acostumbrado a esnifar patria a través de este nombre, le viene grande que en cada rincón del ruedo ibérico nos empiecen a crecer pequeñas patrias en porciones, como El Caserío.
En fin, amigo Briones, que aunque no sea políticamente correcto a mi, sociata y todo, el Plan Ibarretxe me da risa, el Statut me produce arcadas, y la Ley del Tabaco me parece dictada por Torquemada.
Puestas así las cosas me voy a tomar tranquilamente una cerveza en Casa Dueñas, ese museo abierto de la calle Ancha, donde conviven si problemas el txacolí, el cava, el orujo o el riquísimo tinto extremeño; donde en un descuido puedes escuchar a Paco Ibáñez, a Pi de la Serra o a Marifé de Triana; y donde se puede fumar un pitillo sin que ningún tolerante venga a salvarte la vida.
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