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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
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27 de Abril de 2008

Imagen activaJota Siroco.-A Juanito Plazoleta tiene una desgarrada voz de tenor cuando pregona  cupones en la mismísima puerta de Balbino: ¡¡¡El 69, el 69, el número erótico, esta noche toca!!! , grita frente a las mesas poniendo un toque rijoso en sus ojos hueros y la gente le compra el numerito por si hay suerte y esa noche cae.Cuando no vende cupones ensordeciendo al personal, Juanito Plazoleta, ejerce de tocaor de la Sallago, que es en sí misma una antología del cante y que hace unas letras flamencas que para sí quisiera el Lorca de Nueva York.

A Juanito, cuando mejor le salen las bulerías es cuando se le cuela en la guitarra un cigarrón, como le pasó en Utrera, el cual, desesperado por escapar, comenzó a rasgar las cuerdas con más arte que el mismísimo Manolo Sanlúcar. -¡Hoy sí que te está saliendo bien, Juan!, gritaba con guasa la afición.- ¿ah siiiii? ¡Pues yo me voy a cagar en vuestros muertos con tanto cachondeo!

A Rafael, el gitano de los claveles, que me llama “primo”  y esto es mucho para el bronce, el trote del caballo le esta dejando la calavera al aire.El gitano de los claveles está en mi nómina de septiembre a junio, pero el sabe bien que en verano tiene que trajinarse a los turistas que le rodean. ¡A por ellos, le digo, que son muchos y cobardes!

Va dejando en las mesas un clavel marchito, unas manos marchitas y una sonrisa marchita. La mayoría de las veces recibe a cambio de la flor un educado no, gracias, también marchito, que no le da ni para una castora y comienza a cagarse en los mengues de todos los guiris nacidos y por nacer.Con toda la razón del mundo.   

Las minicrónicas que tienes entre manos limitan al norte con el carrillo de chucherías de Pilar y su tropa de nietos, al sur con el del Toribio y con los helados de Toni (a mi el que más me gusta es el napolitano de toda la vida, con su papel transparente derritiendo la vainilla y el chocolate), al este con las bocas de tiburón del pintor Garrido tras la fuente-alberca que refresca las siluetas de La Ibense y de La Herencia  y al oeste con las ruinas del Ateneo.Quinientos metros mal contados, casi-casi como el Principado de Mónaco, sin más príncipes y princesas que los paseantes, y sin más yates que los barquitos de papel que algún niño, marinerito en tierra,  puso a navegar en la alberca. 

 
 
 
 

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