Plaza del Cabildo Jota Siroco.-A mi de Proust me sobran casi dos mil páginas y me basta con dos de sus párrafos para poner un poco de orden en las cosas. En invierno, como hay poco sol y mucho viento, no llegan a veinte las mesas en las terrazas de La Gitana y Balbino. Los habituales tenemos asignado el mismo sitio y la misma hora, pues ya se sabe que a cierta edad no es demasiado bueno cambiar las rutinas, que son al fin y al cabo el origen de todas las sorpresas.
Los anticuarios y corredores de fincas paran más en la primera mesa de La Gitana, nuestra tertulia allá por la tercera, cuando hay levante, que con el poniente es mejor refugiarse en Balbino para evitar que se aventen demasiado las sinalefas, las Reinoso en la primera de La Gitana II, la cueva de Paco, Luis y Federico… en fin que cada cual tiene, como las palomas, su nido y casi nadie, salvo los novatos y turistas de aluvión, se atreven a cambiar el tiempo y el orden natural de las cosas, como Proust. Yo creo que es la Virgen de la Estrella la que en Semana Santa se mece entre las mesas dejando a su paso un olor a pachulí y a incienso, igual-igual que las muchachas en primavera.Frente a la casa de Pozo, que se nos fue, se para un instante y a veces desde el balcón, El Nono, le lanza una saeta más dolorida aún que los siete puñales de la Dolorosa. Y las muchachas, ya digo, lloran su pena con los ojos limpios.Pero sólo dura el llanto un instante, porque huele a azahar y andan cargadas de polen las sonrisas. Cuando llega marzo, sin prisas, sin empujar, la plaza se llena de cuerpos cantando a la sangre y uno deja de ver abrigos ambulantes sin formas y sin pecados.Yo me acuerdo de Juan Plazoleta y siento que no pueda ver este milagro. A los rumanos, igual que a los chinos les dan al nacer un saquito de arroz, les regalan los padrinos un acordeón o un papelito de desgracias y ¡hala, pa Sanlúcar!, les jalean en romaní.Por la plaza vienen varios, todos de Bucarest y todos opositores a Ceausescu (Chochescu), esto último nadie se lo cree, pero es lo que les han dicho que digan, que aquí salimos hartos de dictadura y que esas palabras reblandecen el corazón y los bolsillos. Uno no comprende que habiendo tantos opositores no acabara el odiado Conducator en la cuneta muchos años antes.Lo malo que tienen los rumanos, aparte de la dentadura, que eso ya dijimos era por lo que era, y aparte de su repetido repertorio, son los colegas de la pandereta. No hay ni uno que tenga el más mínimo sentido del ritmo y acompañan Ansiedad o Bésame mucho con la cadencia de folklore pensilvano y así no hay manera.Uno les echa unas monedas en la pandereta con el fin de comprar su silencio.¿Los paisas?... Los paisas somos todos y cada uno de nosotros sin carrito de transistores, sin patera y con cuarenta kilómetros de menos a la hora de nacer.
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