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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
Plaza del Cabildo PDF Imprimir E-mail
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18 de Mayo de 2008

Cuando llegamos a vivir a la plaza nos sorprendieron dos cosas: el micromundo que representa y la acogida que te ofrece.

Imagen activaJota Siroco.-Madrid, Londres, Ámsterdam, quizá Buenos Aires, me dicen, aunque yo no la conozco por desgracia, son ciudades que te abren las puertas apenas pisas su suelo y te hacen suyo.
Es la plaza un espacio sin dueño y al mismo tiempo de todos, sean o no sanluqueños, ese mínimo epicentro donde late un corazón que riega las venas de todos los barrios.

El Cabildo es el decorado de una buena comedia de costumbres, donde cabe el truhán, la celestina, la bella, los guindillas y hasta el payaso de las bofetadas.
Un rincón mundano nacido para la palabra, para pasar revista al personal, para el buen beber y para el mejor  yantar.

En verano se acercan por el rincón los flamencos  andando a compás de un mirabrás
El Lebrijano, un poquito más mayor de lo que él y todos quisiéramos, aparece casi entrada la noche y siempre hay alguien que le cede su mesa, yo creo que Juan llega siempre un poquito tarde para que no se pierda el ceremonial.

Cada vez menos, que se me ha hecho muy chipionero, se asoma por la plaza la sonrisa árabe de José el de la Tomasa,…en pasados tiempos, mientras construíamos efímeros sueños, soportó estoico mis penurias y alabó el pollo asado que nos sirviera de cena. A punto estuvo de salir cantando el pio-pio.
Este año 2006 ha venido un grupo de franceses locos capitaneados por Jean Paul, Jean Pierre y Laurent, dispuestos a traernos el flamenco de media Europa.
Eslovacos, japoneses y austriacos entonándose… por bulerías ¡Ahí es ná!.
Fuí poético compadre en los Jardines del Palacio de Michel Albertini, que venía de trabajar con José Mª Flotats y que recitaba a Lorca con la pasión del converso.

 

Balbino llegó a Sanlúcar con trece años, sin saber la que iba a liar, y ya nunca volvió a su pueblecito soriano de La Fragua, que no eran aquellos tiempos  para ir zascandileando de un sitio a otro.

En su tasca del Cabildo, los betuneros se tomaban un cuarto de tinto, no sé si cristiano, por dos pesetas, los trepadores una tapa de bacalao en papel de estraza por cincuenta céntimos y los marineros un vaso de manzanilla de medio tapón por ná y menos.

Pero, amigo mío, Antonio acababa de terminar la mili y no sólo había aprendido los valores patrios, sino también lo que era un cubalibre, algo que por aquí entonces sólo lo sabían en el Tecnicolor y en La Polilla.

Cuando en el 86 dijo el patriarca que 72 años era una buena edad para jubilarse, sus hijos Balbino, Joaquín, Antonio y Elías se empeñaron en convertir el viejo tascón en el monumento histórico- gastronómico que es hoy.

La verdad es que El Arte, Alberto, Jorge, Juan, El Rubio, Jesús, Antonio Romero, Balbino Jr (Bino), Pedro y Pepe el del jamón, les hacen bien la faena de aliño.

 
 
 
 

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