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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
Plaza del Cabildo PDF Imprimir E-mail
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25 de Mayo de 2008

Imagen activaJota Siroco.-En este pueblo cada Alcalde que llega tiene como primera y principal misión estropear todo lo que hicieron los anteriores y a fe que lo consigue.
Había un Paseo Marítimo que olía a sal y a ostiones, un barrio de Bajo Guía que mantenía intacta su vocación marinera y una fuente de la plaza en la que los chiquillos se encharcaban los pies huyendo de las avispas.

El Paseo lo convirtieron en avenida y aparcamiento para domingueros, Bajo Guía en barriada de turistas hambrientos y la fuente en alberca, donde vomitan los chavalitos del botellón.
Ya digo, cada Alcalde intenta dejar su propio sello. Ruego a los dioses que alguna vez quiebre correos.
Aún está por llegar el que destruya la Calzada, pero llegará. ¡Al tiempo!

En la Plaza del Cabildo todo se cuenta por lustros y hasta por siglos.
Mi primer recuerdo infantil es el de un ya desaparecido restaurante llamado Los Hermanos en donde, eso sí, con toda la tranquilidad del sur, te ponían unos riquísimos huevos al nido.
En frente había una pensión con el mismo nombre donde solían quedarse los jornaleros en la vendimia.

Su secreto era una base de finísimas patatas muy fritas sobre la que se estrellaban un par de huevos de campo, la verdad es que entonces los de granja eran prácticamente inexistentes.

Al estrujar la yema, el nido se reblandecía y mi madre se ponía muy contenta porque por fin comía algo, que estaba en los huesos.
Un verano habían tirado la casa donde estaba el restaurante y a muchos nos robaron otro recuerdo de la infancia

 

In memoriam

Al Jano le iban naciendo hijos en cada primavera y, cada vez que alguna de sus madres se acercaba por la terraza de Martínez, sacaba el Jano un pañuelo blanco donde tenía guardados sus escuetos tesoros.

El Jano se fue dejando la vida y las ilusiones en todos los bares de la plaza, también la simpatía que a veces mezclaba con el mal genio y también  se fue dejando la mitad de las palabras.

Hace tiempo que no le veo pasar por La Gitana para tomarse una castora a la sombra del toldo. Espero que cuando esto escribo, siga igual de feo que siempre, pero igual de buenagente.

- ¿Y tu cómo sabes, Jano, cuales son los tuyos?, le preguntaban.

- Oj e ienen lahoreja ahín- y hacía con las manos dos soplillos- ehon jon oj mio.

 

 
 
 
 

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