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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
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01 de Junio de 2008

Imagen activaJota Siroco.-Antes de ser lo que es, La Gitana era un tascón descascarillao donde las moscas, “vosotras, las familiares, inevitables, golosas…”, peleaban por conseguir un hueco digno en las tiras de papel pegajoso que colgaban del techo.

Había sólo dos bombillas de 60 y las sombras de todos los borrachos se arracimaban en torno a las morenas, esa mezcla de moscatel y manzanilla que te costaba 2´50 y te llevaba al cielo en un segundo.

Manolito el de los periódicos, que tiene la mirada como una flecha, semejante a la de Kant y Shopenhauer juntos, es hoy el único vestigio de aquel tiempo que se fue.
Su foto, como el pasado, amarillea en las paredes de esta remozada taberna donde Manuel, José, Manolo, Raul y Juanmi, saben tirar magistralmente una cerveza fría apenas sin pedirla.Algo que se agradece con tanta calor.

  

Cuando aún las pizarras de Balbino no eran el poema surrealista que hoy dibujan sus cientos de tapas, Lili se sentaba, siendo niña, en la puerta del almacén, con un papelón de aceitunas.
Estaba entonces enganchada a las aceitunas del rústico almacén donde sólo entraban gente del mar y del campo y por eso ella colocaba su trono en el gastado escalón del ultramarinos.

El festín sería sin duda barato. Una por una las iba deshuesando sobre el papel de estraza y cuando ya tenía una respetable cantidad las volcaba sobre el pan abierto en dos.

Aquello tenía su rito. Lento y cuidado.
Hoy, aún a veces, sobretodo en invierno, alguien pide aceitunas, pero vienen en bolsas de plástico.

 

De Philippe, por mucho que se empeñe en contar que vino de Suiza a Sanlúcar harto de pasar frío, todo el mundo dice que es francés.

En su barbería, justo en la esquina opuesta a La Gitana, se convirtió en el fígaro personal e intransferible de jubiletas por las mañanas y de funcionarios municipales por las tardes.

Philippe escucha con absoluta paciencia y educación las batallitas de los viejos, a los que magistralmente rapa los cuatro pelos justo hasta la señal de la boina, y ya en el turno de tarde oye, no sin cierta ironía, como los funcionarios ponen a parir al alcalde o a la alcaldesa de turno.

Es la suya una barbería al más puro estilo psicoanalítico. 

Philippe tiene una buena colección de libros sanluqueños  y por lo visto la gente los lee.

Si él lo dice yo me lo creo. Hasta es posible que este lo lea alguien.

¡Qué pena que se haya tenido que ir hasta la calle Ancha!

 
 
 
 

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