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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
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29 de Junio de 2008

El Día de la Caridad hay que alzar el vuelo.

Jota Siroco.-Llegan desde las barriadas, desde el Palmar, desde Bonanza, desde el Barrio Alto, desde todos y cada uno de los pagos. Guapas con sus trajes nuevos, recién afeitados con la camisa abotonada hasta el cuello.
Las niñas se acercan juguetonas a la plaza vestidas de princesas, con sus lazos de seda atados a la espalda, con sus brillantes zapatos, con su sonrisa clara. Los niños, como hombrecitos serios, buscan un hueco entre los atestados veladores y  miran orgullosos cuando lo encuentran.

Los habituales, los parroquianos de este templo laico del vino, buscamos ese día otros rincones, que son los mismos que ellos abandonan, y subiendo  penosos la Cuesta Belén nos perdemos en las calles de cal que rodean la Plaza de Arriba.

El Día de la Caridad se convierte el pueblo en un tiovivo

   


"El niño apareció por el patio del colegio una mañana de invierno.Puedo asegurar que en Guadalajara no es cualquier cosa una mañana de invierno.

Temblaba de frío, hambre y roña. Pero su mirada era limpia.Sólo pedía pan. Pero el cura pensó que un hijo de Dios no podía ir tan sucio.

En una pileta de los servicios, le desnudó a la vista de todos y le bañó con agua gélida. Tendría unos ocho años, como yo.

Yo le vi tiritar casi hasta la muerte y también contemplé horrorizado cómo su cuerpo se amorataba.

Al final el cura le dio un pan, un rosario y le hizo besar su mano.

Nunca más volvió.”

Cuando los rocieros pasan por la plaza tras su misa del alba yo no sé porqué me acuerdo de estas cosas.

 

 

Sábado. Las puertas de Tartaneros 4, la Sala de Exposiciones de Rosa y José María, están abiertas: Gadir, Pérez Valencia, La Canalla, Paco Madame, Lagomazzini, Perales…cubren el espacio de color y formas.

Entro en el “Zoco Andalusí”, alguien ha hecho arder un pequeño pabilo de incienso y todo vibra con el olor espeso de Marruecos, el mismo olor que llena nuestras calles en Semana Santa.

Me saluda Paporra, sentado en un sillón cardenalicio, como un sultán.  Frente a su tienda de antigüedades hace sonar un viejo organillo, que desgrana impávido las notas de “Ojos verdes”, llenando la calle con sonidos de Chamberí.

Cae la noche y  sé lo que eso significa.

La magia de Rosa, del Zoco, de Paporra, se esconden con toda rapidez en la chistera.

Llega la magia negra del Botellón.

 

 

 

 
 
 
 

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