Por principios

Jota Siroco.-Los principios inmutables, cuando uno empieza a estar en las últimas, suelen perder fuelle o por el contrario pueden arder. Hay quien cuando ya carece de fuerza, incluso para cometer los pecados más agradables que aparecen en el Manual del Frívolo, deviene en fanático de la pureza.
En torno a 1492, a estas alturas la memoria siempre le juega a uno malas pasadas, la Reina Isabel quitóse por fin camisa y refajo y se zambulló para tranquilidad de sus asesores en las cálidas aguas de Bajo Guía, y este Al-Andalus de mis culpas, comenzó a quemar rabinos y a decapitar moros.

Sin embargo, afortunadamente pasó el tiempo, la reina católica cambió camisa puerca por minifalda, aquellas brasas públicas antiherejes se tornaron en asadores argentinos y el copyright de horca, empalamiento y lapidación, pasó a manos de tarados de otras religiones.

A uno no le gusta meterse con las creencias espirituales de cada cual porque le importan más o menos lo mismo que la industria del chupa-chup, el tráfico de castañas o la inflación de las aljofifas, pero tampoco le gusta que se metan con los principios básicos del laicismo.

El que nadie se metiera con nadie estaría bien, aunque podría llegar a ser aburrido, tal vez lo correcto sería que cada palo supiera respetar las necesarias dosis de cachondeo, igualito que en los carnavales.

Hace años, en esta nuestra tierra de la tolerancia, fue retirado el cartel anunciador de una exposición pictórica porque en él aparecía, creo, la Virgen del Rocío representada por un travesti. Puede que a mi esas cosas no me gusten, pero menos me gusta aún que haya alguien con poder para prohibirlas, ya tiene bastante el autor con ir de cabeza al Infierno.