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Las dos caras de la moneda.
 
 
 
 
 
 
 
Las dos caras de la moneda. PDF Imprimir E-mail
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11 de Diciembre de 2014
Hambruna y desesperación
Rafael Romero.-Hartos del hambre racionada de una libreta maldita llena de cantidades absurdas de alimentos de la cual dependíamos para no morir de lástima, decidimos salir de este círculo moribundo por la hambruna y desesperación y embarcarnos en la aventura de libertad, de un sueño pletórico de necesidades cubiertas allá.., en el otro lado.
17 años, único hijo de una familia trabajadora que según la libreta solo recibiría  dos rollos de papel higiénico al mes por familia entre otras minucias, estudiante del instituto politécnico naval decidió unirse  a la travesía del estrecho de la Florida e intentar dejar tras de sí, el hambre o la vida.
La noche anterior a la partida se lo había dicho a sus padres, los cuales intentaron disuadirle a toda costa, contándole casos de familiares desaparecidos en su intento de huir de la isla. Esa noche no durmieron mucho, ni él, ni sus padres. Se les oía hablar, sobre todo a la mamá, acabando al poco rato en llanto, un llanto sin consuelo del que el papá estaba tratando de apaciguar, el suyo… se lo tragó, como un largo trago y amargo como la hiel.

En la mañana preparaba una pequeña bolsa con casi todo lo que poseía, un par de calzones remendados con trozos de la bandera de cuba que la abuela había recogido tiempo atrás, un pantalón, una camisa algo de comida y agua. Al encontrarse a la mamá en la cocina le dijo que no se preocupara, que la balsa tenía motor, lo habían reparado hace algún tiempo pensando en esta ocasión, así que era mucho más seguro y rápido. El sabía que todo era mentira pero no encontraba la manera de calmar a su mama.
 
El sol se estaba poniendo, se iban congregando en el lugar acordado. Allá había un pequeño garaje donde escondían la balsa o como se pudiera llamar a aquel amasijos de tablas, garrafones grandes de plástico, todo atado con cuerdas y un par de remos construido de metal y madera. Lo subieron a un pequeño camión que lo llevaría a la Habana y desde “playa del Este” saldrían para tratar llegar  a Cayo Hueso.
 
Eran dos las que buscaban fortuna, “la Asunción” y “la Limpia” (hasta le pusieron nombres al amasijos de cosas), Cada una de ellas llevaban 7 asustados tripulantes.
Con la ayuda de los faros del camión, llegaron a la orilla cargados con las embarcaciones. Esta era la última oportunidad de echarse atrás, se miraban unos a otros durante unos segundos y sin mediar palabra se iban subiendo  al bote, los demás empujaban. Un bote estaba completo y comenzó a remar. El  otro, animaban al muchacho que se había quedado en el agua… un último empujón, levanto el brazo despidiéndose y les deseó suerte. Decidió no seguir.
Habían decidido hacer turnos para remar, el timonel encendía una pequeña linterna para mirar la brújula y así poder ir en el rumbo correcto y seguidamente la apagaba. Trataban de pasar con el máximo sigilo, y a su vez tenían que alejarse lo máximo posible de la costa antes de que amaneciera para poder burlar al ejército que patrullaba esa zona.
 
Las primeras horas comenzaron a quedarse atrás, pero no el miedo. Este,  iba creciendo cuanto más insignificante y débiles se sentían. La oscuridad era total, solo interrumpida de vez en cuando por el timonel que miraba su brújula, en esos momentos podíamos  ver a los demás compañeros. Fue una noche terrible, sentir el poder de la inmensidad del mar y la oscuridad. Fue una sensación de profunda fragilidad del ser humano difícilmente descriptible.
 
Amanecía, los tenues rayos de sol comenzaron a salir. Vimos al otro bote “La Asunción” que estaba a unos 100 metros atrás, y delante se hallaban varias barcas que seguramente habían salido esa noche unas horas antes. En un principio sintió alegría después se daría cuenta que no era así. Llegó el momento de relevar a los remeros. Éstos, se refrescaron la cara, y se frotaban los brazos intentando así aliviar el dolor del esfuerzo. Cogieron algo de comida y comenzaron a comer con los ojos puestos en el horizonte, los demás en silencio hicieron lo mismo. Con los estómagos satisfechos, el ánimo cambió comenzando a surgir pequeñas conversaciones y anécdotas que cada cual contaba, todas ellas muy divertidas, las risas fluían como las ligeras olas por las que navegaban.
 
Los rayos de sol se iban fortaleciendo, uno de los muchachos metió la mano en el agua, sentirla lo refrescaba. Al poco tiempo un reproche de un compañero lo hizo desistir de su acción al recordarle que eran aguas peligrosas plagadas de tiburones. Esto le hizo reflexionar que en “La Asunción” había una mujer, todos sabíamos que no podía subir al bote  una mujer con el periodo. Ella les aseguró que no, por eso se unió al grupo, rezaron para que les hubiese dicho la verdad. Si mentía, condenaba a muerte a todo el grupo. Los tiburones que huelen la sangre a gran distancia, se acercarían en grupo y comenzaría una cacería atroz donde no se salvaría nadie.
 
Era un poco más de medio día, el sol pegaba con toda su fuerza, el viento aumentaba su velocidad.. Un rápido vistazo a la derecha hizo percatarse que habían alcanzado a un hombre que navegaba dentro de una llanta de camión. Observaron que en los brazos tenia amarrados  las palas de los remos para poder impulsarse mejor. Las manos las tenía destrozadas y de su boca salía una tenue voz pidiendo agua, pero sus ojos…. ¡ O dios Sus ojos!, disculpen pero  no puedo describir con palabras esa visión, ese momento se quedó grabado con fuego en mi mente y no lo puedo borrar ni contar.
 
Nos acercamos a él para darle agua, pero éste sin embargo, quiso subirse al bote. Entre todos lo empujaron y se alejaron rápidamente de su alcance, casi hace volcar la embarcación con ese forcejeo. Tensos todavía por lo ocurrido seguíamos observando como nos alejábamos de él y a su vez la otra embarcación iba en su rumbo. Al llegar a su altura decidieron subirlo, ellos tenían un pasajero menos, el que se quedó en la playa, la noche anterior. Cuando lo subieron, un grito de horror inundo el aire. En uno de sus pies le faltaban los dedos, en el otro casi desapareció por completo, los peces estaban comenzando su festín. La mujer aterrorizada, quiso alejarse lo más posible de aquel hombre, pero en su desesperación y su brusco movimiento rompió algo, un crujido bajo sus pies le hizo temer lo peor. Todos se le quedaron mirando sin moverse, segundo más tarde el bote se fue deshaciendo en pedazos….. La angustia y el miedo los embargaba, sus ansias de salir a flote, de aferrarse a una vida que se le negaba en esos precisos instantes.
Los remeros se esforzaban por ir más rápido y alejarse así de ese fatídico desenlace, todos sabían que no se podía hacer nada, no podían ir en su ayuda porque todos acabaríamos de igual manera.
 
Después de pasar otra noche horrible,  tras 40 horas de travesía, un ligero viento fresco hizo estremecerse a todos, poco a poco iban apareciendo nubes y el mar comenzó a encresparse. Se avecinaba una tormenta, o eso parecía. El mareo y los vómitos no tardarían en llegar. Entre los orines, heces y ahora los vómitos parecía aquello una pocilga flotante en un mar embravecido de olas de más de 5 metros.
 
Parecía el final de nuestra travesía, el sueño se estaba difuminando y se presentaba ante sus ojos la otra cara de la moneda, la cruz…Una cruz que cada minuto se hacía más pesada y grande y a su vez acogedora. Cuando vieron que se acercaba un gran barco, era la guardia costera americana.
Estuve 6 meses en Guantánamo. Junto con muchos menores de edad que separaban de los mayores. Luego me llevaron a Miami para reunirme con familiares. Tras 20 años transcurridos desde la travesía no supe nada más de los demás.
 
 
 
 

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