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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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14 de Junio de 2015
El sitio (III)  II  I
José Antonio Córdoba.-iAl acceder a la atalaya del castillo le abandonó la sensación de estar en la Tierra. A la mente se le venían aquellas historias que, él, siempre había achacado a las memorias cansadas de aquellos ancianos que tanto se afanaban en contárselas una y otra vez. Cuantas veces había escuchado aquellos relatos de lugares sobre la faz de la Tierra, que se decían, eran escaleras al Cielo. Hoy, esta noche, él había ascendido, sin saberlo, por una de ellas. Desde la puerta de la atalaya, miraba a su alrededor y pese a la oscuridad de la noche, con los tenues resplandores de las estrellas y la siempre majestuosa Luna, se iluminaba un paisaje casi irreal, mágico en colores, de sombras y luces, y figuras cuando menos sugerentes. Avanzó unos pasos sobre la terraza de la torre, casi como quien en vez de pisar la rígida piedra, pisara aguas pantanosas.

A cada paso ganaba visión de todo el entorno que la vista le permitía, comenzó a girar sobre sus talones cuando a la media vuelta se encontró de frete con su anfitriona, sus miradas se cruzaron con tanta fuerza, que ninguno de los dos la desvió del otro. Si en los ojos de él, había signos de que todas las confusiones del Universo se daban en aquel preciso momento en su mente, en la mirada de ella había una paz inmensa que al reflejarse la luz de la luna en su rostro, el caballero pudo contemplar como en este se dibuja una tímida sonrisa, casi furtiva. Sin embargo, la reacción del caballero fue en nada la que él esperaba, de sus ojos y sin consentirlo empezaron a brotar esas gotitas de agua salada, que todos las dan en llamar lágrimas, al sentir la humedad de éstas, se giró y se encaminó hacia uno de los lienzos almenados de la torre, apoyándose entre dos almenas se asomó al vacío mirando hacia abajo, pero no se veía los pies de la torre, ¿la altura de la torre?, o ¿la oscuridad de la noche?, ¿cuál sería el motivo de no ver el suelo sobre el que se asentaba aquella inmensa estructura de piedra? Recuperada la posición horizontal, seguía en sus cavilaciones mirando al frente, cuando sintió la mano de su acompañante sobre el hombro derecho, un gesto dulce, pero sin embargo la frialdad de su mano caló la ropa que vestía el hombre.

Tras unos instantes se giró en el mismo momento que ella le indicaba que la siguiera, pero él permaneció quieto y cuando fue a abrir la boca para pedir explicaciones a la mujer, ésta, le hizo señas de que guardara silencio y la siguiera. Casi a regañadientes, pero en el más absoluto silencio, él la siguió.

Apenas comenzaron caminar una dulce voz femenina empezó a hablar. ─¡Caballero!, habéis llegado a estas tierras donde vuestras intenciones para con este castillo son de sobra conocidas por todos los habitantes de este valle. ─Él quiso hablar, pero ella el invitó a que siguiera en silencio.

─En nada ─continuó diciendo la mujer─ sabéis de la historia de este valle, y menos aún de este hermoso recinto amurallado, donde a nuestros pies los habitantes del valle duermen tranquilos cada noche.

─Sois un Caballero, y me consta, que nada de los habituales del siglo, aunque ahora os disfracéis de ellos. ─¡Señora!, le increpó el Caballero, ─pero ella seguía adelante sin prestarle atención a su llamada de atención.

─Como decía, sois caballero y marcháis al frente de un grupo de hombres, con la sola intención de haceros de nombre, que no de honor, pues respondedme: ¿habéis encontrado tropas en este valle que os hayan salido al paso?, ¿soldados que os hayan guerreado?, ¿habéis encontrado guardias armados entre estas puertas? ─El caballero solo pudo guardar silencio.

Continuaban andando, por aquella inmensa explanada que era la terraza de la torre en dirección hacia la atalaya, justo por donde habían accedido al lugar. Sin embargo, ella se detuvo frente a una puerta cerrada que había junto a la entrada de la atalaya…

 
 
 
 

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