Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más
Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
Cartas de una sombra PDF Imprimir E-mail
Usar puntuación: / 1
MaloBueno 
28 de Junio de 2015
El sitio V   IV III  II  I
José Antonio Córdoba..-Él Caballero, se había abandonado a recuerdos pasados, de como había decidido a la edad de 20 años iniciarse en el servicio a la Orden de los Caballeros del Temple. Las duras jornadas de adiestramiento castrense, espada, lanza, cabalgar, descabalgar, a veces saltar del caballo a galope, pero lo que con los años le fue atrayendo eran las horas de contemplación que le habían permitido encontrarse a él mismo, esas mismas horas que un buen día le llevaron a conocer al Maestre de Aragón, y que bajo su tutela fue desplazado a la Casa de París para iniciarse en el lenguaje simbólico, espina dorsal de las comunicaciones de la Orden.
Como enlace de la Orden visitó toda Europa, y el mundo árabe conocido, y algunos lugares desconocidos hasta su visita. Fue en uno de estos últimos viajes, que provenía de un oasis en plena península arábiga,  de regreso a Acre que tuvo que abandonar la posibilidad de acceder a la ciudad pues estaba en pleno asedio, así que embarcó hasta Rodas, a su llegada le comunicaron la caída de Acre.

En el viaje de regreso a Marsella, algo le invadió por dentro y a su llegada al puerto marsellés, buscó la casa de la Orden, más cercana, y colgó sus hábitos.
 
Desde entonces había estado combatiendo en distintos lugares de Europa. Cuando se enteró de la persecución emprendida contra los templarios, viajó hasta Germania, estando al servicio de varios nobles por un tiempo. Pero había algo que le seguía quemando por dentro, noches sin conciliar el sueño, le llevaron casi a perder la cordura, o ganar en locura ─nunca lo supo definir muy bien─. Así que un día emprendió un viaje sin rumbo, marchó contra el sol, es decir, siempre cabalgó hacia donde el sol nacía cada mañana. Dos años estuvo en esta situación, comiendo de la buena voluntad de las personas, que le permitían se sentara a su mesa.
 
Un buen día en medio de la nada, junto a unas escuálidas palmeras, había una choza que hacia las veces de apeadero, al acercarse se percató de la presencia de un nutrido grupo de jinetes, por sus atuendos le hizo pensar que había viajado, mucho más allá, de las tierras persas. Con todo, tomó algunas precauciones, accedió al lugar, ¡en efecto!, aquél iba a ser el día del pobre infeliz que regentaba aquel lugar ─pensó─. En el interior no cabía ni un perro, pero como pudo casi desollándose por la pared consiguió acceder a lo que era la barra. Tras casi media hora de lenta espera el mesonero se le acercó y él pidió una agua miel, cuando el mesonero le puso la bebida, él dejó sobre el mostrador una daga egipcia ─el último recuerdo que le quedaba de sus buenos tiempos─, instándole a que se cobrara la bebida y le diera algo de comida para continuar su peregrinaje, el mesonero aceptó, con una avariciosa sonrisa en los labios. Justo en el momento que este iba a tomar posesión de aquella joya, una daga vino a clavarse justo al lado de su mano, el mesonero del sobresalto casi se cae de espaldas. El Caballero no se inmutó, se supo en problemas, y cualquier gesto suyo podría interpretarse como un enfrentamiento, así que esperó que el propietario del puñal volador, tomara posesión de su arma.
 
El silencio sepulcral del salón solo era roto por la brisa ardiente de la calima, que se colaba por entre las hojas de palmeras que servían de techo a aquel lugar. Entonces un pasillo se abrió entre los hombres apelotonados en la barra. Desde la otra punta un corpulento hombre caminaba despacio deslizando su vaso por toda la barra, lo que hacía que el despistado que hubiera dejado el suyo sobre ella, o lo cogía a tiempo, o se quedaba sin bebida. Se acercó al Caballero y sin mediar palabra tomó su daga por la empuñadura y la desclavó, para guardarla a continuación en su cinto. Tomó de la barra la daga egipcia y la contempló durante un rato, miró al mesonero y en una lengua desconocida para nuestro hombre le habló en tono imperativo al sirviente, este corrió hacia algún lugar antes de que quién le hablaba concluyera. Mientras tanto el Caballero sin levantar la cabeza se había erguido, sin cambiar de postura con respecto de la barra y asía su vaso dándole pequeños sorbos. En eso estaba cuando en un perfecto latín escuchó de labios de quien tenía a su lado: “Non nobis, Domine, non nobis, sed Nomini tuo da Gloriam”, Frater...
 
 
 
 

Vídeos
históricos más vistos

Últimas entradas más leidas

 
 
 
 
© 2024 Portal Sanlucardigital.es
Joomla! is Free Software released under the GNU General Public License.
 
Síguenos en
       
Sanlúcar Digital  ISSN 1989-1962