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Lujuria en el parador
 
 
 
 
 
 
 
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03 de Noviembre de 2015
"Aquellos tejanos gastados y raídos eran tan cortos que podía adivinar sin mucho esfuerzo los apretados glúteos que atesoraban"
Cinco sombras y un Bailey**.-El viaje resultó tedioso, no sé si fue por mi desgana o por el tiempo que llevaba sin salir de casa. Lo cierto y verdad es que necesitaba respirar aires frescos y tomé la decisión de irme unos días a algún lugar apartado del mundanal ruido. El parador de la sierra me pareció un lugar idóneo, un refugio perfecto para la relajación de mi alma inquieta y de la ansiedad que, cuando menos lo esperaba, aceleraba las palpitaciones de mi corazón. Jamás pude sospechar que aquel largo puente de diciembre me iba a reparar una vivencia tan placentera en mi anodina y monótona vida. Llegué a la cumbre de la montaña al atardecer de aquel primer día de vacaciones. Al contemplar el paisaje de pinsapos, desparramado por todo aquel paraje, reflexioné para mis adentros en lo que la madre naturaleza nos ofrece para el deleite de nuestros ojos. Aparqué mi automóvil y, al momento, un mozo me dedicó un afectuoso saludo, mientras se ocupaba de cargar con el peso de mis dos maletas, en las que llevaba lo imprescindible, y en donde no faltaba algún libro de novela erótica.
Atravesé las puertas del Parador, una vez en el interior de la amplia recepción de aquel majestuoso edificio, me tropecé con una preciosa mujer rubia. Tenía grandes ojos azules como el cielo y unos pechos prominentes, que despertaron de inmediatos mis instintos sexuales más primitivos. Vestía un top de color blanco escotado que dejaba entrever un precioso canalillo, el cual dividía aquellos portentosos pechos, cuyos pezones puntiagudos parecían querer atravesar la tela de aquella ajustada prenda. No pude evitar sentir una primera erección ante aquel cuerpo voluptuoso que contemplaba. La chica pasó delante de mí contoneándose con descaro ante mi mirada lasciva y penetrante. Tuve que disimular el abultamiento de mi pene erecto colocándome para ello, delante de mi bragueta, la chaquetilla que llevaba en mi mano.

Antes de que aquella muchacha se perdiera por el largo pasillo que conducía a las habitaciones del parador, la miré de nuevo de soslayo, centrando mis ojos en su respigón trasero. Aquellos tejanos gastados y raídos eran tan cortos que podía adivinar sin mucho esfuerzo los apretados glúteos que atesoraban. Tuve que respirar hondo para que mi corazón volviera a latir a su normal ritmo, ante aquella Lolita caída del cielo. Tras unos instantes, que me parecieron eternos, mi verga volvió a recobrar su estado de flaccidez, el riego sanguíneo volvió a su normalidad y desapareció de mi pensamiento la imagen de aquella imponente muchacha. Pensé que todo era fruto del cansancio del viaje, que en realidad aquella mujer no existía, que todo había sido un espejismo.
 
La recepcionista registró mi nombre y me acercó la llave de la habitación número 13. ¡Joder, el 13! Ese número que me persigue desde que llegué a este mundo y con el que siempre suelo toparme allá por donde quiera que vaya. Presioné el botón del ascensor que me tenía que subir a la segunda planta, casi al instante se abrieron las puertas y ante mí apareció una bella muchacha morena, ojos negros y piel tostada. Vestía un traje blanco, zapatos de tacones de agujas y unos preciosos pendientes a juego. Su belleza era sublime, sus labios eran rojo como la fruta del granado. La miré de arriba a abajo clavando mi mirada en su mirada y sin apartar mis ojos de los suyos. Apenas duró unos segundos que quedaron eternizados, aguanté estoicamente sus negros ojos clavados en los míos. No estaba dispuesto a ser yo el primero en desviar la mirada, como si la estuviera retando a un duelo a vida o muerte. Las puertas del ascensor se cerraron y el espacio entre su cuerpo y el mío quedó reducido al mínimo posible. Pude extasiar el sentido del olfato con su aroma de perfume francés. Pasaron apenas unos segundos y casi pude sentir fluir la sangre por mi pene, que de nuevo experimentó una erección tan fuerte que me fue imposible disimularla, por más que lo intentaba. La morenaza que rozaba mi cuerpo excitado apretó sus nalgas contra mi falo con un movimiento premeditado y ejecutado a la perfección. Ante aquella insospechada respuesta mi excitación subió a su punto más alto de ebullición. Mi pene luchaba incansablemente por salirse de aquella especie de cárcel que lo tenía encerrado y, a través de la abertura de la bragueta del pantalón, se abrió paso hasta sentir aquella piel tersa de su culito. No recuerdo como mis manos llegaron a introducirse por el escote de su vestido hasta desembocar en sus tetitas. Retiré con maestría su sujetador para que las yemas de mis dedos sintiesen la dureza de sus pezones. Aquellos senos obraron el milagro de que mi pene se endureciera aún más.
 
Recordé por un momento aquellos años de chaval, cuando paseaba por la playa con mis coleguillas y observábamos las niñas en bikini con sus pezones tan tiesos, que para nosotros eran auténticos pitones de toros. Creí que me iban a explotar los testículos por la excitación que experimenté al rozar la punta de mi glande con sus muslos. Un latigazo eléctrico sacudió mi nuca y bajó por mi espalda provocando un temblor de piernas incontrolable. No me lo pensé dos veces, y con mi habilidad de amante experimentado, deslicé sus braguitas rojas hasta llevarlas a la altura de sus rodillas. Con suavidad acaricié despacio los labios externos de su vagina, al tiempo que estimulaba, con ritmo acompasado, su carnoso clítoris. No tardó en tardó en lanzar varios gemidos de placer y a apretar mi mano con sus muslos. Todo su cuerpo se retorcía de placer cada vez que la punta de mis dedos penetraba hasta lo más profundo de su jugoso coñito. Su excitación llegó a un punto tal que, entre jadeos y gemidos, pareció que enloquecía. Definitivamente aquella hembra pedía a gritos que la poseyera sin más dilación… Continuará
 
** Bajo el sobrenombre de Cinco sombras y un Bailey hay un colaborador de SD con filiación conocida por este portal.
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