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Calor
 
 
 
 
 
 
 
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19 de Agosto de 2016
Un relato ligero para estos calurosos días de verano
'Calor', de Javier Franco
¿Por qué no? Pasaba por allí. Hacía meses, casi un año, que no visitaba a su hermano. Estaba aburrido. Y derretido por el calor. Llamó al timbre.
 
-Hola.
-Hola, soy el hermano de Tomás. ¿No está en casa?
-No, han salido. ¿Quieres algo?
 
Era preciosa. Jorge no estaba seguro de lo que quería. Pero no quería dejarla allí sola. Pensó que tendría, como mucho, 25 años. Quizá sudamericana. Quería que le invitara a entrar, le llevara a ese horrible sofá del que tanto presumía su hermano y…

-Pasa.
 
Por el tremendo ventanal del salón entraba muchísima luz. Parecía como si el Sol no tuviera otro sitio donde meterse.
 
-¡Hola, tito! - Carlitos salía del baño. Le encantaba jugar con él. Siempre en la calle. Allí, en ese momento, era un intruso.
-¡Vaya, Carlitos por aquí! ¡Hola, campeón!
 
Melina estaba preparando un bolso. Iban a salir. Era el cumpleaños de Jeremy, su hijo pequeño, de la misma edad que Carlitos. El abuelo y sus dos chicos les esperaban en el piso.
 
-¿Te apuntas? Vamos a una pequeña fiesta.
 
Jorge no tenía nada mejor que hacer. Ni siquiera preguntó. Por el camino Melina le contó que llevaba un año trabajando en la casa de su hermano. Era dominicana.
 
**********
 
Allí el calor era sofocante. La entrada del piso daba paso a un salón pequeñísimo. Justo detrás de la puerta el abuelo parecía ocupar un sillón desde hacía siglos con una mesita redonda llena de papeles. Le gustaba hacer barquitos. Jorge tropezó al entrar con una especie de caja o cesta que había en suelo. Se manchó con una sustancia pegajosa repelente.
 
-Es resina para pescar – El abuelo no le saludó. Perdió la cabeza años atrás.
-¿Resina para pescar? ¿Qué coño es eso? – Jorge tampoco saludó al abuelo. Aquella resina o lo que fuera daba asco.
 
Barquitos de papel. Los niños no perdían detalle de la destreza del abuelo alrededor de esa minúscula mesa.
-Papá también los hace, ¿verdad, abuelo? –Llegaría a casa ya de noche, muy tarde.
 
-¿Estás triste? –Era una pregunta inoportuna para una desconocida, pero Jorge la dejó salir espontánea de su boca.
-¿A qué viene esa pregunta? – Efectivamente, Melina estaba triste. Cansada, pero no sólo de trabajar. Quería que aquel idiota la abrazara.
 
-¿Te apetece un café?
-No lo hagas por mí. Si lo toma tu padre…
-Él no toma café. Acompáñame a la cocina.  
 
Estaba al fondo de un pasillo casi tenebroso. Parecía que aquel pisito no tuviera nada más. Ni baño ni habitaciones.
 
La cocina era pequeña, pero estaba muy ordenada. Jorge se quedó en la puerta observando cómo su anfitriona buscaba algo entre unos platos. Se fijó en su pelo y vio que tenía el cuello mojado.
 
-¿De qué parte de la República Dominicana eres?
-¿Por qué lo preguntas? ¿Has estado allí alguna vez? De Cotuí.
-Ah, ¿en qué zona está? ¿Tiene playa y hoteles?
 
No la dejó responder. La agarró tan torpemente que pareció una acción violenta. Ella se dejó besar.
 
-Llaman a la puerta. Voy.
 
Melina abrió. Eran Antonio y Victoria, los padres de Jorge.
 
-¿Qué hacéis aquí? – preguntó sorprendido el joven con un tono de “¿qué cojones hacéis aquí precisamente ahora?”. Aquella visita le pareció absurda. No sabía que ambos mundos tan distintos tuvieran relación alguna.
 
-¿Cómo está el viejo? –Antonio saludó al abuelo como a un amigo íntimo.
-Tu novia me ha mandado un mensaje. Dice que no le contestas al móvil –Victoria sí besó a su hijo.
 
Los viejos hablaron y rieron. Los niños jugaron. Melina y Jorge no se dirigieron la mirada en toda la tarde.
 
**********
 
Al salir Victoria se manchó una de las mangas de su blusa con aquella supuesta resina para pescar. Jorge, que no paraba de sudar, miró su móvil: tenía 34 mensajes de Elena, su novia. Decidió coger una enorme bolsa pestilente de basura que les cerraba el paso en el caluroso vestíbulo. En la puerta del bloque, su madre seguía enredada limpiándose la manga.
 
-¿Te has tirado a ese bombón? –A Antonio se le congeló la sonrisa socarrona al comprobar la mirada cortante de su hijo, que volvió inmediatamente la cara con una reacción que acabó siendo complaciente.
-Mi padre no es gilipollas.
-¿Qué?
-Que dónde vamos a tirar la basura.
 
Tenía ganas de vomitar.
 
 
**********                                                                                              
 
-¿Qué tal el viaje?
-¿Te refieres al avión?
-Sí. Bueno, a todo. ¿Qué tal te ha ido por allí?
-¿Qué pregunta más tonta, cariño? Chateamos ocho o diez veces al día. Ya lo sabes. Mi contrato con la compañía está en marcha. En un par de semanas nos vamos. Prepara tu inglés. Aquello te gustará.
            -Eso espero, Elena. No soporto este calor.
 
 

Javier Franco

 
 
 
 

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