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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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27 de Agosto de 2016
La Reina Sapito VI
─¡Otra… cosa, Bencomo! -meditaba el abuelo acariciándose el mentón mientras miraba a su nieto-, en cada transmisión de conocimientos estos varían, es algo vivo, evolucionan con cada transmisión, mis conocimientos transmitidos hoy a ti se adaptarán a los tiempos que te tocaran vivir. Debes de tener cuidado, pues ello te desarrollará algunas cualidades sobre el resto de las personas que conoces o conozcas. Poco a poco, lo iras comprendiendo todo.
El abuelo tomó a su nieto del brazo y ambos continuaron caminando hacia la aldea. El joven con dudas, pero Oscar sabedor de que había cumplido fielmente con su labor de Guardián, y que el día que abandone esta vida lo hará tranquilo.
La carraca seguía deslizándose por el Mare Nostrum, que ahora empezaba a violentarse un poco por el viento. Bencomo, miró a su alrededor y recostándose se dispuso a dormir.

               
Las claras del día apuntaban por la popa del navío y Santiago se aprestó a despertar a su compañero en la proa. Bencomo lo saludó y tras los rezos oportunos desayunaron. El día se presentó movido por la aparición a medio día de una nave sarracena que sin atacarles se puso a seguirlos a cierta distancia. De pronto el capitán de la carraca dio la voz, la nave sarracena ganaba velocidad acortando distancia con la carraca. Sin embargo, Bencomo miraba en dirección contraria, como si no le importara aquella situación que se volvía cada vez más peligrosa. Nadie, ni sus propios compañeros entendían aquella actitud. De pronto Bencomo gritó al capitán de la carraca.
─¡Capitán todo a estribor!, ¡todo a estribor, démosle la proa! ─Gritó Bencomo tal cual si estuviera en plena carga de caballería.
               
El Capitán titubeó pero al ver como los caballeros asentían con la cabeza, este dio la orden al timonel, y la carraza lentamente se fue girando, presentando el costado al navío sarraceno, el Capitán temía lo peor.
           
Cuando la carraca finalizó la operación Bencomo estaba junto al Capitán y le ordenó recoger la vela, ¡ahora sí!, la cara del Capitán era todo un poema, además de mostrar su total desacuerdo, pues eso les dejaría a merced del enemigo. Entonces Bencomo le posó su mano derecha sobre el hombro y le invitó cortésmente a que hiciera lo que le pedía. El oficial se resignó y dio la orden a su tripulación, quienes tan sorprendidos como su capitán, obedecieron la orden de este.
               
En ese mismo instante la nave sarracena entendiendo una rendición aminoró la velocidad, sus marineros se hacían ya saboreando el botín. Cuando ambos navíos estaban tan cerca que a simple vista se podían ver sus respectivas cubiertas, los marineros y los pasajeros de la carraca pudieron comprobar cómo la calma inicial sarracena desaparecía de pronto. Mientras unos apuntaban con sus dedos hacia la popa de la carraca, los más realizaban las operaciones en cubierta para largar vela y dar la vuelta a su nave. En ese mismo momento, cuando los marineros y el capitán se desplazaron a la popa de la carraca, pudieron ver como una galera cristiana avanzaba hacia ellos casi por encima de las olas. La cercanía de la galera permitió a su tripulación lanzar una andanada de los dos cañones de proa sobre el barco sarraceno, que acertaron a impactar en el navío sarraceno, donde el mástil fue derribado cayendo sobre la cubierta de la nave que intentaba batirse en retirada. Tras el cañoneo, algunas flechas llameantes lanzadas desde la galera prendieron la vela extendida sobre la cubierta del navío sarraceno. 
               
La galera sin enseñas en el velamen, pronto quedó clara era del Temple, al portar en el Palo Mayor la bandera negra con las tibias cruzadas y una calavera sobre estas. Mientras la galera daba cuenta de la nave sarracena Bencomo indicó al capitán de la carraca retomara el rumbo, en un tiempo prudencial la galera les alcanzarían para realizar el trasbordo de los pasajeros que iban a bordo de la misma. El capitán, hombre curtido en aquellas aguas, había palidecido ante aquella situación, no estaba acostumbrado, y de hecho evitaba en todos los viajes cruzarse con algún barco sarraceno, menos aún, el enfrentarse a uno directamente. Éste asintió más tranquilo, y la calma volvió a la cubierta de la carraca.
               
A los lejos se podía ver a la galera literalmente encima del navío sarraceno, aunque poco tiempo le quedaba de permanecer sobre las aguas pues era pasto de las llamas.
               
Los templarios habían abordado el navío sarraceno, pocos enemigos encontraron en cubierta, los que no estaban ya muertos, se habían lanzado a la mar desesperados. Los que quedaron en un amago de defender lo indefendible acabaron muertos. Poco botín el que encontraron los cristianos, dos pequeños arcones con piezas de plata, registraron lo que les fue posible del navío y se aprestaron a abandonarlo cuando uno de los hombres comenzó a escuchar los gritos desesperados de una mujer, corrieron por la cubierta intentado localizar el origen de los mismos, procedía de una zona en llamas, salvo un rincón, dos hombre hachas en manos saltaron al lugar y rompieron las tablas del piso de la cubierta, al entrar la luz, una mujer musulmana encadenada, rogaba en su lengua la liberaran de aquel infierno. Uno de los caballeros saltó al interior rompió las cadenas y alzó a la mujer para que su compañero la subiera, después de la mujer fue alzado él. Ya los tres en la cubierta pasto de las llamas decidieron saltar al agua y nadar un poco hasta la galera. Minutos después la galera cambiaba el rumbo, navegaba al encuentro de la carraca.
 

José Antonio Córdoba Fernández

 
 
 
 

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