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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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12 de Septiembre de 2016
La Reina Sapito VII            
José A. Córdoba.-El atardecer casi tocaba a su fin cuando ambos navíos se colocaron de costado, y los templarios abandonaron -para descanso del capitán- la carraca.
Bencomo se presentó al capitán haciéndole entrega de las órdenes a seguir, éste tras leerlas asintió, reconociendo que era una oportunidad para descansar pues llevaban unas semanas que no paraban de combatir a los sarracenos, ya que estos, nuevamente habían elevado el ataque a barcos cristianos. De esta forma, la galera tomó rumbo hacia las Columnas de Hércules.

La noche se presentó apacible tras la cena, en la cubierta se hablaba sobre las situaciones que se estaban viviendo con respecto de los sarracenos y el repentino despunte de sus ataques. Mientras Santiago -un hombre poco dado a las conversaciones- aprovechaba esos momentos para estirar las piernas, así que paseaba por la cubierta del navío, le gustaba reconocer los lugares donde se encontraba. Cuando bajó a la bodega de carga, se encontró un improvisado compartimento realizado con restos del velamen, al introducirse en su interior se encontró a una mujer árabe durmiendo en un camastro improvisado con los restos de los aparejos del navío. Santiago se acercó a la reunión donde los templarios charlaban distendidamente e hizo una señal a Bencomo para que se le acercara, quien disculpándose ante el resto se incorporó y se acercó hasta su amigo, le preocupaba la cara desencajada de su compañero.
─¿Qué sucede Santiago?, te veo tenso.
─¡Benco!, a bordo viaja una mujer árabe. ─Le dijo Santiago muy alterado, como si acabara de ver un fantasma.
─Bien, vamos a averiguar que sucede. ─Habló Bencomo, mientras calmaba a su compañero.
            Ambos hombres se acercaron a la reunión y Bencomo dirigiéndose al capitán del navío, le preguntó.
─¡Capitán, lleváis una pasajera a bordo!, y vuestras primeras órdenes eran claras, cuando acudierais a recogernos, en la galera no debía de haber nadie que no fuera exclusivamente de vuestra tripulación. ¡Explicaros, por favor!
─¡Hermano!, no ha sido mi intención incumplir mandato alguno -dijo pausadamente el capitán- pero al abordar el velero que os atacaba la encontramos presa de los sarracenos, así que la rescatamos de entre medio de las llamas y le dimos cobijo. Que yo sepa, no conoce nuestra lengua.
─Bien, pero mañana a hora de tercia quiero hablar con ella. ─Sentenció Bencomo.
─¡Así se hará, hermano!, ─ confirmó el capitán.
            Tras los rezos de medianoche, todos salvo la guardia y el piloto del navío se dispusieron a descansar.
            La noche aunque con un frío húmedo, se pasó a bordo de la galera con gran tranquilidad. El viento de Levante que se fue intensificando con la caída de la noche propició que se desplegaran todas las velas y permitiera descansar a buena parte de la marinería. Aunque estaban en navío de la Orden, Santiago ordenó que sus hombres se relevaran en  guardia.
            Como había ordenado a la hora de tercia el capitán acompañó a la mujer árabe a ver a Bencomo. Este se encontraba con sus hombres en la proa de la galera, al verlos llegar pidió a los Caballeros les dejaran a solas, salvo Santiago. Los cuatros se sentaron sobre la cubierta, para resguardarse un poco del viento.
─¡as-salamu aláikum! ─Dijo Bencomo mirando a los ojos a la mujer a la vez que con sus manos acompañaba el saludo.
─¡wa aláikum as-salam wa rahmatul-lah! ─Respondió ella, con un tono y un rostro de agradecimiento por su rescate.
─¿Cuál es tu nombre? ─Preguntó Santiago.
─Me llamo Muha, y provengo de las tierras del Gran Cairo.
            Bencomo procedió a presentar a los hombres que la acompañaban antes de continuar con el interrogatorio.
─¿Sabes quienes somos?
─¡Si, mi Señor!, vuestra  Orden es conocida en las tierras de los hijos de Alá. Sois Templarios.
─¡Bien Muha!, ¿cómo acabaste prisionera en el barco que atacaron mis hermanos.
─Segúnpude escucharles en los días de cautiverio, íbamos a un puerto por aquella costa –señaló hacia el sur, por la banda de estribor- cuando divisaron  las velas de vuestro barco y se pusieron a perseguidlo. A mí me bajo a la bodega y me encadenaron, solo escucha voces ajetreadasy de pronto unos golpes sobre la cubierta y un olor a madera quemada, hasta que vi las  llamas, me resistía a morir allí y no dejaba de pedir ayuda, pero aquellos hombres se habían olvidado de mi. Ya casi sin voz, grité con mis últimas fuerzas y me dispuse a pedir la gracia de Alá, cuando un hombre pareció entre las llamas, con ropas blancas y la cruz roja en el pecho. Vuestros hermanos me rescataron.
            Bencomo miro a Santiago. No podían dar la vuelta y menos aún tomar alguno de los puertos existentes en las costas de las Columnas de Hércules. Estuvo un rato pensando y se dirigió nuevamente a la mujer.
─Emprendemos un largo viaje. Tendrás que acompañarnos y esperar a que a la vuelta el capitán de esta galera te deje en un puerto cristiano. Así que de algún modo quedas cautiva en esta nave. ¿Entiendes lo que te digo?
            La mujer miró fijamente a los ojos a Bencomo y con lágrimas en los ojos habló al templario.
─¡Señor, habéis salvado la vida de Muha de Ugarit, mi familia seguramente pronto recibirá noticias de mi fatal desenlace. Si tengo la oportunidad de volver en un año junto a mi familia y aliviarles el dolor, no me consideraré en modo alguno, cautiva, Señor.
 
 
 
 

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