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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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29 de Septiembre de 2016
Arden los cartones II
José A. Córdoba.-Laura volvió a quedarse sola frente a los cartones, pensaba de buenas ganas en darles una patada y echarlos al suelo, pero sabía que debía esperar a la policía. En esto estaba cuando vio como un coche patrulla doblaba la esquina, ella levantó la mano haciéndoles señas para que se acercaran. Tras el saludo y el tiempo que los agentes tardaron en ponerse al tanto sobre la situación, se acercaron a los cartones y revisaron concienzudamente el lugar regresando al coche patrulla con las pertenencias del Huck. Ya en la parte trasera del auto con la atenta mirada de Laura vaciaron la bolsa sobre el suelo del maletero apareciendo unos lápices de colores, algunos bolígrafos, un libro de Bécquer y dos cuadernos de notas.
A continuación le tocó el turno a la mochila, en su interior, ropa limpia, alguna usada guardada en una bolsa de plástico, una botella pequeña de agua, a medio beber. De los bolsillos laterales extrajeron un paquete de tabaco, dos mecheros, una navaja multiusos, varios paquetes de clínex, y una cartulina con la foto de una niña de cinco o seis años, rubia como el oro de la Manzanilla, que tenía escrito en la parte superior: “Para mi papá”. No apareció ningún tipo de documentación personal, por lo cual los agentes le informaron a Laura que no podían hacer nada más. Cuando uno de los agentes fue a cerrar el maletero Laura preguntó que harían con aquellas pertenencias. El agente le informó que la depositarían un tiempo prudencial en la Jefatura y que si nadie las reclamaba acabarían en algún contenedor de basura. Ella pregunto si se las podía quedar con ellas, alegaba con ciertas lágrimas en los ojos, por si acaso volvía Huck. Los agentes se miraron entre ellos y encogiéndose de hombros, dijeron que sí. Así que volvieron a levantar la puerta del maletero y Laura guardo todas las pertenencias en sendas bolsas. Cuando hubo terminado dio las gracias a los agentes y les invitó a un café.
 
            La noche había caído, y Laura volvía de nuevo al bar. Dejó sus cosas en la oficina y al girarse para salir vio sobre la misma silla donde ella las había depositado al mediodía, las pertenencias de Huck. Se quedó mirándolas, preguntándose donde estaría. Cerró la puerta y se introdujo de lleno en el ajetreo de la cena, comandas, ruidos de platos, vasos, cubiertos, el televisor, las voces, y sin embargo, en la cabeza de Laura solo sonaba las palabras de Huck en aquellas charlas aparentemente mundanas que tenían durante los almuerzos.
 
            El comedor del bar se fue vaciando, en la cocina los fuegos ya llevaban una hora apagados, y su personal se afanaba en las labores de limpieza para que todo estuviese en perfecto orden para la mañana siguiente. En la barra los clientes fijos de todas las noches entre cafés, cervezas, copas de vino y otras bebidas debatían sobre temas de actualidad o vivencias de sus vidas. Laura que terminaba de recoger el servicio de la última mesa y daba por cerrado el comedor esa noche, permaneció un rato de pie junto al interruptor de luz junto a la puerta del comedor, escuchaba en la distancia las conversaciones de la barra, mientras se preguntaba como ninguno tenía en sus comentarios la ausencia de Huck. Entonces se dio cuenta de que la existencia o ausencia de su amigo eran idénticas, pero sobretodo indiferente para la gente. Nadie reparaba en él. Irritada salió a la terraza y se encendió un cigarrillo sentándose en uno de los bancos junto a una de las mesas altas, y se quedó mirando los contenedores, junto a ellos seguían en pie los cartones. Una de las camareras se asomó a la ventana y le indicó que su cena estaba sobre la plancha, que se le enfriaba, ella giró la cabeza y le indicó a  Mercedes que la guardar en la nevera, hoy no cenaría. Mercedes hizo el amago de insistir pero la cara de Laura los decía todo, así que asintió cerrando la ventana.
 
            Esa noche ella estaba distinta, Carlos unos de los camareros se había quedado más tiempo de su turno pues Laura estaba ausente. Éste llenaba las neveras, atendía a los tertulianos de la barra, además de participar en sus conversaciones. Pero no dejaba de mirar a escondidas a Laura por el cristal de la ventana. Cada vez que se asomaba ella seguía allí. Entró una pareja de jóvenes y la chica venía hablando del frío que hacía a esas horas en la calle, así que Carlos tras atender a los jóvenes se acercó a la oficina y tomó de la percha la rebeca de Laura. Con ella en las manos se encaminó a la terraza cuando vio que estaban todos apelotonados en la puerta de entrada, algo ocurría en la calle. Se acercó y a empujones consiguió salir fuera, a la terraza, lo primero la rebeca para Laura, pero para su sorpresa ella no estaba allí, el banco estaba vacío. Se volvió hacia los cincuentones apelotonados en el puerta y antes de hablar todos le señalaban al incendio.
 
 
 
 
 

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