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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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15 de Octubre de 2016
Arden los cartones IV
José A. Córdoba Fernández.-Al llegar a casa la calidez del hogar, la fragancia de rosas de ese ambientador que le gustaba usar. En el salón, trabajando con su ordenador estaba Juan, su marido, que al verla en su rostro se reflejaron la felicidad y la paz de un matrimonio bien avenido. En ese instante sintió el cansancio del día. Su marido se levantó y se acercó a ella besándola apasionadamente, al punto de sorprenderla, pero ella se dejó hacer. Tras el beso se encaminaron al cuarto de baño, no sin antes pasar por el dormitorio de los pequeños, estos dormían plácidamente ajenos a los entresijos de la vida. Después, ya en el cuarto de baño encajaron la puerta del baño,  él la ayudó a desnudarse, le fue desabrochando uno a uno los botones de la blusa negra, se dio la vuelta y por la espalda se la quitó suavemente, como si temiese romperla, tras dejarla sobre el perchero abrazó a Laura cruzando los brazos por debajo de los pechos de ella.
Tras unos instantes así, deshizo el abrazo y desabrochó los corchetes del sujetador, en ese instante ella suspiró como si fuera una liberación, aunque sus pechos no eran voluminosos, seguramente una talla 90, ella se sentía oprimida. Mientras él colgaba el sujetador en el perchero, ella lo abrazó de improviso, la fuerza de su presa lo pilló por sorpresa. Entonces él entendió que no suspiró por el sujetador, lo hizo por la pena de la perdida de aquel “desconocido”, cuando notó que relajaba la presa de su abrazó se giró y frente a ella la tomó por la barbilla levantándole la cara, en sus ojos las lágrimas eran silenciosas pero abundantes. Con los dedos secó aquellos manantiales de agua salada, y la besó profundamente. Después ambos se desnudaron mutuamente. Ella abrió el grifo de agua de la ducha y buscó el punto de temperatura que le gustaba para ducharse. Cuando lo encontró, se introdujo bajo la lluvia humeante de la ducha y por un par de minutos la ducha fue suya, cuando se giró y abrió los ojos, él seguía fuera de la ducha, contemplándola, seguía cada gota que recorría el terso cuerpo de su mujer, en su rostro se le veía feliz. Ella extendió el brazo con la mano abierta, él no se hizo de rogar y tirado por ella se introdujo en la ducha. Los dos cuerpos desnudos, se retorcían entre los vapores propios del agua caliente y las sensaciones del roce de ambos. Por media hora el juego de aquellos dos cuerpos se perdió entre las brumas cálidas del vapor de la ducha, el baño desapareció envuelto por esa neblina cálida y húmeda.
 
El alba llamó a la ventana de aquellos jóvenes amantes. Ambos se encontraban abrazados sobre la cama semicubiertos por las sabanas y el edredón, se habían fundido en uno. Cuando las primeras luces del día se colaban por las rendijas de la persiana, ella le contó lo que había hecho con los cartones de Hulck, él esbozó una sonrisa que ella no apreció “Carlos de vuelta para su casa había llamado al marido de Laura haciéndole un resumen de lo acontecido esa noche”. Ella guardó silencio hasta que se incorporó como movida por un resorte y mirando a su marido le dijo, que lo echaría de menos, no sabía quién era, ni adonde se había ido, pero lo echaría de menos, él solo esbozó una sonrisa complaciente. Tras esa pequeña charla, ella se levantó, no había dormido, pero no se sentía cansada, fue al dormitorio de los peques y les dio los buenos días despertándolos con un beso largo y sonoro a cada uno, aunque a Julián tuvo que hacerle cosquillas para que se decidiera a abandonar la cama. A Mercedes, bueno ella a sus seis añitos era toda una “Barbie”, muy coqueta y de la ropa que su madre le preparaba para que se vistiera para el colegio, ella tenía que buscar ir conjuntada, algo que más de una vez les había llevado a discutir a ambas. Julián de cuatro añitos era más  ligero en ese aspecto y se dejaba vestir por su madre sin rechistar.
 
Laura dio de desayunar a sus pequeños, mientras compartía el primer café con Juan. Tras el desayuno, Juan se llevó a los niños al colegio y ella se dejó caer en la cama, debía descansar para cubrir el turno de por la tarde noche. Pero antes tomó el teléfono y llamó al bar, tras concretar los pedidos y las dudas del personal, llamó a su amiga Carmen para invitarla a cenar esa noche en el bar. Carmen antes de confirmar su asistencia rompió en carcajadas, sabía que la cena era el pago de acompañarla  por estar sola en el bar, pero ella asintió muy gustosa. Tras terminar de hablar con Carmen colgó el teléfono y se tendió sobre la cama, al sentirse estirada sobre la cama y sola, cerró los ojos y en apenas cinco minutos estaba sumida en un sueño profundo.
           
De pronto sintió como su cama se movía, recordaba estar sola, pero en su cama había alguien, cuando empezó a tomar consciencia de su entorno escuchó las risas alborotadas de unas voces infantiles, y su boca esbozó una sonrisa, los peque habían vuelto de colegio, abrió los ojos y se encontró a Mercedes y Julián saltando en la cama mientras estos la miraban esperando se despertara. Cuando los pequeños vieron a su madre con los ojos abiertos y sonriéndoles saltaron sobre ella fundiéndose en un gran abrazo. Tras haber cumplido con éxito la misión los pequeños se fueron al salón en busca de la merienda que su padre les había preparado.
           
Laura se sentó en la cama, tras despejarse se vistió para ir a trabajar. Salió al salón y tras preguntar a los niños como les había ido en el cole, se despidió de ellos, de Juan y se encaminó hacia el bar.

Al llegar a la esquina de su negocio, miró de reojo hacia los contenedores, quizás esperaba allí a los bomberos o a la policía investigando quien era el piromano, pero no, allí no había nadie. Respiró profundamente y entró en el bar.

 
 
 
 

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