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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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23 de Octubre de 2016
Los días fueron transcurriendo en aquel bar, en aquella calle, en las vidas de aquellos clientes que habían demostrado a Laura lo lejos que estaban de ser personas.
José A. Córdoba.-Aunque no todos sus clientes eran así, era un nutrido grupo de los que habitualmente se concentraban allí los que vivían en ser almas caritativas que solo se miraban el ombligo y con eso creían cambiar el mundo. Ellos eran los que le daban “soluciones” de cómo llevar el bar,  su casa, de cómo criar a sus hijos, pero cuando ella les invitaba a que explicaran como ellos lo hacían en la suya, siempre les surgían un “no sé qué” que les reclamaba en algún despacho de “Gobierno”, o “Gabinete de crisis mundial” pues la dejaban con la palabra en la boca.
Ella ya se había resignado a este tipo de gentes, que abundaban más de lo que ella quisiera. Pero, alguna que otra vez la sacaban de quicio y entonces haciendo gala de sus mejores artes, en eso del recitar con gran ironía, los ponía en su sitio.

 Los días dieron paso a los meses. El bar, para ser modesto marcha bien, ella no se podía permitir lujos pero vivía con holgura, todo en base a trabajar más horas de las que tenía el día.
            Al año de despedirse a su forma de Hulck, decidió ejecutar las reformas que tenía en mente desde hacía años. Y por un mes cerró el bar aprovechando que el verano había pasado. Esperaba que cuando volviera a abrir sus puertas algunos de aquellos “arregla vidas de los demás” se hubiesen apoltronado en la banqueta de otra barra, de otro bar.
            La mayor reforma  del bar se centró en el comedor, pinturas con nuevos coloridos, mobiliario moderno, cómodos y, sobre todo, de fácil limpieza. Lámparas de bajo consumo. ¿Mobiliario?, perdón, no todo el mobiliario antiguo se cambió. Laura quiso dejar un rincón sin tocar. Argumentaba que aquella mesa y sus cuatro sillas no se movían de allí. El decorador por activa y pasiva trataba de que aquellos enseres, aquel “horroroso y desentonado mobiliario estorbaba en la imagen decorativa del lugar”, encontrándose con los reiterados, ¡NO!, de la dueña. Pero una tarde el decorador que había tenido un mal día, ante las negativas de la jefa, le dijo que aquel rincón no tenía vida, en ese momento Laura perdió el control y le dijo en un tono muy amenazador que buscara una solución o tendría problemas para cobrar. El decorador tuvo que tener una “iluminación” en esos días, porque, aquel rincón dejó de ser un parche para convertirse casi en un reclamo para todos cuantos llegaran a comer al bar.
            La semana del puente de la Inmaculada de ese año, concretamente el lunes cinco volvió a abrir las puertas del bar. El viernes decidió crear un menú degustación a modo de inauguración, después de mucho tiempo el comedor tenía lista de espera, la noche fue excelente, para la madrugada solo quedaron en el local varios clientes, amigos y familia.
            Quizás lo más comentado a parte de ese “¡Felicidades! por la inauguración”, fue que todo el mundo habló de aquel rincón, más de uno quiso sentarse pero se encontraban con una placa en acero inoxidable en forma de “v” y que tenía grabada la palabra “RESERVADO”, en un color oro pálido.  
            Por algún motivo -al que nadie quería enfrentarse a preguntarle- tras la silla del rincón guardaba unos cartones, con una cinta adhesiva en la que podía leerse no tocar. Aquella mesa se convirtió en el rincón de Laura, allí pasaba las horas muertas del bar, con los peques, con Carmen y era su mesa de comer. Y siempre tenía una amapola en un jarrón fino de cristal labrado de unos veinte centímetros de altura.
            Las Navidades llegaron, la cena del Día de Navidad en su casa, en la mesa un cubierto más y en el plato un recorte de cartón, nadie ocupaba esa silla, como era costumbre. Era la única muestra de que a ella no se le había olvidado aquel desconocido. Pero ese año iba a encontrarse con una sorpresa, esta vino en Fin de Año. Todos los años acababan en casa de su cuñada, acababan allí, porque a los pequeños les gustaba dormir juntos después de las uvas. Esa noche era de los primos, dormían todos juntos, en plan camping, mientras los padres disfrutaban de la tranquilidad en el salón o en la terraza. Sin embargo, cuando todos se sentaron a la mesa, su cuñada Luisa, tenían dispuesto en un lugar de la mesa, ante el asombro de Laura un cubierto más y dentro del plato un recorte de cartón. Ella miró a Luisa y ésta le devolvió una sonrisa entre de cariño y satisfacción. Todos se sentaron a cenar, dieron cuenta de las uvas, brindis, y un segundo brindis en silencio, todos señalando el asiento vacío en la mesa.
            Las fiestas navideñas acabaron, un invierno duro en cuanto a frío y lluvia. Enero y Febrero como cada año se hacía difícil, tras unas fiestas gastosas como las acaecidas. Laura seguía en su rutina, trabajo, la casa, los niños y así día tras día. Ya apenas reparaba en aquel lugar. La zona había cambiado, en aquella parcela, abandonada antaño, se había construido un parque aprovechando la campaña política de las últimas elecciones que se habían celebrado el año anterior. Solo quedaba en el lugar, aquellos contenedores.
            Un día sobre las doce de la mañana, el teléfono del bar sonó, Carlos lo tomó al estar justo a su lado. Tras la presentación inicial, llamó a Laura, pues preguntaban por ella. Hora de proveedores, algo normal. Ella tomó el auricular y contestó. El interlocutor al otro lado pidió corroborara los datos que le decía, su nombre y la dirección del bar. Ella afirmó a las preguntas, e insistió en que se identificara quien le hablaba. Cuando guardó silencio, el interlocutor le informó que era un abogado cuyo gabinete tenía oficinas repartidas por casi toda España. Su cliente, le había hecho entrega de un sobre con una serie de indicaciones y que todas eran referidas hacia ella. Laura tras escuchar al hombre le dijo que no entendía nada, que le explicara lo que sucedía. Él se limitó a decirle que en una hora, un coche con chofer la recogería a ella, únicamente a ella, y que el asunto a tratar le llevaría con toda seguridad el resto del día. Laura no comprendía nada e incluso lo tomo a broma de alguno de sus clientes, amigos o incluso de Carmen, que le gustaba de gastar bromas por todo lo alto. Pero el abogado se limitó a decirle que a las 13:30 horas, un vehículo mercedes plateado y con la siguiente matrícula 2345 BHF, estaría en su puerta con la orden de no marcharse hasta que ella no subiera en el auto. Y despidiéndose cortésmente colgó el teléfono.
            Tras aquella llamada Laura dejó las cosas del bar en manos de Carlos, y se acercó a casa, donde se duchó y mientras se vestía se preguntaba, ¿qué es lo que estaba haciendo?, estaba siguiendo las indicaciones de aquel desconocido al pie de la letra. Aún así, se vistió, tomó el teléfono y llamó a Juan explicándole como pudo lo de aquella llamada,  él tranquilamente le  preguntó si asistiría a la reunión. Ella guardo silencio por unos segundos como sopesando que haría, terminó por decirle que ya estaba vestida y lista para ir al bar a esperar ese coche. Él se rió con cierto tono de guasa, comentándole que era una cita a ciegas con algún multimillonario extravagante, como aquella película de la que ahora no se acordaba el título. Ella le respondió un poco seca que no estaba para guasas. Se despidieron cariñosamente y ella colgó el auricular, tras lo cual se marchó de casa camino del bar, a esperar aquel auto. De camino al bar, se iba mentalizando por los comentarios con sorna que iba a recibir cuando la vieran así de arreglada allí, y no quería ni pensar que le dirían cuando la vieran subirse a aquel Mercedes.
            Como esperaba y pese a poner cara de pocos amigos, su entrada en el bar vestida con aquel traje negro de dos piezas, pantalón y blusa, y un abrigo de un rojo óxido que no escondía el  escote sugerente, maquillada, con el pelo suelto suscitó comentarios de todo tipo, eso si dentro de los límites aceptables, porque sabían que era una mujer, además de bella y elegante, de armas tomar. 
 
 
 
 
 

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