Café frío sin azúcar

Mientras pido un café, veo que a mi lado hay dos clientes jóvenes que comentan algo del periódico que no alcanzo a leer. Se llaman, digamos, Saturnino y Feliciano. Hablan muy alto, como si tuvieran interés en que su conversación encontrara eco hasta en el último rincón del chiringuito.

Saturnino: Es increíble. ¿Cómo es capaz de decir una cosa y la contraria?

Feliciano ¿Qué te extraña de eso? Es un político.

Saturnino: ¿No tiene criterio personal? ¿cuándo dijo verdaderamente lo que pensaba? ¿antes o ahora?

Feliciano: ¿Qué más da? Disciplina, amiguito. Me río yo de las opiniones personales contra los discursos de los partidos. O defiendes con uñas y dientes lo que pontifica el partido o “adiós, muy buenas”. No hay otra.

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Saturnino: Los partidos deben ser organizaciones vivas que…

Feliciano: …que cambien de opinión según sus intereses electorales. El voto es el voto, colega.

Saturnino: No me refiero a eso.

Feliciano: ¿Y qué te importa a ti ese tema? ¿acaso eres un cargo o militante de algún partido?

Saturnino: No, pero soy votante.

Feliciano: Y yo futbolero.

Saturnino: No hablo sólo de política, sino de ética, de coherencia personal… de filosofía.

Feliciano: Jajaja... de filosofía de vida. Dame pan y dime politicucho.

Saturnino: No todos cobran.

Feliciano: Ya cobrarán. O, como mínimo, tienen la expectativa de hacerlo. Si me apuras, ésos son los peores.

Saturnino: No entiendes nada de lo que te digo...

Feliciano: Hoy está subiendo muy rápido la marea.

Desde el otro lado de la barra se aproxima lentamente, con mucha dificultad, una pareja de ancianos. Están excesivamente bien vestidos para un bar de playa. Parece que van a una fiesta. O que vienen de una fiesta… Miran desconfiados a su alrededor hasta que llegan a mí. El hombre me habla al oído como quien revela un secreto:

-El sueño de un mundo mejor es una pesadilla. Todo es menti…

-No digas más tonterías –le interrumpe ella en voz alta.

Se marchan en silencio. Como si nada.

Mi café se ha enfriado y acabo de darme cuenta de que me lo han servido sin azúcar.

Javier Franco