-¿Ho-Hola? - estaba aterrorizado.

-¿Quién eres?

La voz que me respondió era muy dulce, suave y con tono asustado. Esa melodía de su boca me tranquilizó por completo. 

-Hugo, ¿y tú?

Escuché sus pequeños pasos acercase.

-Isa. Isa Garray. ¿Dónde estás?

-Aquí- alargué mis brazos y sin quererlo toqué uno de sus pechos- ¡Lo siento! -despacio encontré sus manos y las completé con mis manos. 

-Tenía tanto miedo- sollozó- Me he despertado en medio de toda esta oscuridad tan sola. ¡Ha sido horrible! 

Me abrazó y continuó desahogándose. 

-No te conozco ni puedo ver quién eres, no debería fiarme de ti, ¡pero tengo tanto miedo!

Abracé su flaca y dura cintura. Sentí su cabeza sobre mi pecho, sus dulces manos en mi espalda y su ahogada respiración en mi cuello. Supe que podría estar horas oliendo aquel perfume que fabricaba su cuerpo. No la conocía, no sabía quién era, y aún así todos mis miedos se consumieron en aquel mortífero abrazo.

-Tranquila- acaricié su cabello- No estás sola.

Ella no contestó, sino que reaccionó con un abrazo más fuerte.

-¿Por qué gritaste hace un momento?

-Ataques de pánico. Me imagino que hay sombras mirándome.

Su caótica imaginación fue presa del pánico. Me separé de ella y le cogí la mano, caminamos despacio buscando de nuevo alguna salida.

Entramos en un supermercado. Lo supe por la estantería de comida con la que me golpeé. Le dije a Isa que allí podríamos buscar cerillas, y ella me contestó: "una aguja en un pajar". Nos pusimos, nunca mejor dicho, manos a la obra y comenzamos a palpar todas las estanterías. Abrimos cientos de envases, comimos, bebimos... Resultó muy divertido adivinar por los olores, sabores y texturas que demonios nos metíamos en la boca. 

Después de largo tiempo, Isa por fin encontró los fósforos. 

-¡Hugo! ¡Hugo! - encendió una cerilla- ¡Premio!

La cerilla iluminó su rostro. Era la luna en medio de mi noche, la lluvia en el desierto. Sus ojos negros brillaban como estrellas y aquellos rojos labios cálida hoguera.  

Me quedé atónito mientras Isa reía de felicidad. Se acercó a mí y me cegó con su llama. 

-¿Eros? 

- Psique. 

Soplé la cerilla, agarré su cintura y la besé. Me enredé en su cabello, toqué el cielo de su boca, arrastré mi nariz por su piel esnifando toda su droga. 

Buceamos tan profundo que tocamos el placer.

De repente, los rayos del sol nos sorprendieron  y para mi sorpresa no estábamos en un centro comercial. 

Observé a Isa, desnuda y delicada en medio de tanto desorden. Su cabello sedoso brillaba como el terciopelo, y aquellas estrellas de su rostro se tiñeron de café. 

Destrozamos la despensa de los dioses. Debíamos estar en el Olimpo, ¿dónde si no? 

Isa se tumbó sobre el mármol, colocó su cabeza en mis piernas y enredó sus dedos en mi rizado cabello. 

El sol nos bañó en su ternura; jamás había visto un amanecer tan hermoso.