 ...esa frágil salud de hierro tan nuestra y tan llena de cables, jeringuillas, agujas, sangre y mareos.
Jota Siroco.-Hasta las doce en punto a nadie en el hospital le importaba un pimiento la salud, mas que nada porque ya la dábamos por perdida. Todos mirábamos hacia la tele de plasma que domina la sala del “hospital de día” en Jerez esperando, entre un ir y venir de jeringuillas, agujas, sangre y mareos, esa huidiza bolita que, cual virgen de Fátima rediviva, sanara nuestras múltiples dolencias.
Caían los segundos, los terceros, los quintos premios…y nada. Aún había esperanza. Los pacientes, cada vez que salía un número premiado, nos observábamos unos a otros esperando la curación instantánea y también mirábamos con temor a las enfermeras, no fuera a ser que la suerte les hubiera sonreído y nos dejaran enchufados a la máquina para la eternidad, pero no, seguían allí con su profesionalidad regalándonos el incomparable “gordo” de su sonrisa. Un yonky, entre los efluvios placenteros que debe provocar la metadona, me indicaba, de entre los cientos de participaciones cofradieras que portaba entre sus dedos sarmentosos, el número que sin duda iba a salir; mientras que un colega, más reumático que yo mismo, intentaba sacar sin éxito del bolsillo de la chaqueta su decimito con el fin de pasarlo por la giba de un jorobado de pecho y espalda que andaba por allí (¡tanto de corcova atrás/ como adelante tienes/ que no se ni cómo te corcovás/ ni como te corcovienes!- que decía Quevedo).
A las doce en punto saltó la liebre: 32365…cantó Vanesa, 3.000.000 de euros, contestó Brandon y… ¡Ea, en cinco, por el culo te la hinco!- se le escapó a alguien, acabando así con el glamour de millones que nos rodeaba y devolviéndonos a la realidad de esa frágil salud de hierro tan nuestra y tan llena de cables, jeringuillas, agujas, sangre y mareos.
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