Mirón
Jota Siroco.-Aquel lunar, sí, le traía recuerdos de su primera vez. Tan lejos ya. Sin querer, casi por azar, había conseguido esa primera fila anónima con la que tanto había soñado. Sin testigos, sin poder ver la cara a los amantes, pero pudiendo sentir sus escarceos, sus audibles gemidos. Detrás de la roca. Enfrente del mar.
Dos cuerpos hermosos. Uno de ellos parecía traerle pasados. Se abrazaban, se tocaban, se descubrían, pensó, por primera vez. Ella, quizá treinta y tantos; el, algo menos, pero sabía hacer. Se paraban sus dedos justo donde una voz les invitaba a seguir su camino. Su lengua bordeaba una y otra vez el enhiesto botón, el sexo empapado. Tendió su cuerpo sobre la arena y dejó que ella lo cabalgara. El lunar, sí, aquel lunar en la nalga derecha le traía recuerdos, no en vano era el olvidado lunar de su esposa.
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