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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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22 de Enero de 2018
El arte y no entender
José Antonio Córdoba..-Hace unos días mantenía, bueno mejor dicho, asistía impasible como un amigo exponía los resultados que le habían llevado a desarrollar un trabajo y presentarlo a un certamen. Yo después de días sin fumar, un cigarrillo se me asomaba tentador sobre la mesa, gracias a la beneficencia de un transeúnte, así que acudí presto a dar cuenta de él.
Tras el consabido cigarrillo en compañía de unos bellos ojos, con ese color de nuestra manzanilla en rama, apuré las últimas caladas y volvimos al redil de la conversación. Tres hombres una cerveza, una copa de manzanilla y la pregunta que encendió la noche: ¡Pepe! ¿Te gusta el flamenco? Este que escribe y de música es gran negado, respondió en su humildad: ¡No! Y abriéronse entonces las puertas del averno con aterrador bramido, las fieras bestias jamás vistas por ojo humano pisaron la tierra de los vivos en busca de aquel ingrato ignorante hombre.

Quien hablaba sobre los beneficios del flamenco, no comprendía como este que suscribe profería tal respuesta en ofensa a un arte declarado, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Se afanaba este amigo en exponerme que era incomprensible, decir: “no me gusta el flamenco”. Conste Sr. Juez, que este reo solo se limitó a responder a la pregunta, quizás entiendo que en nada apropiada para tan gran arte.

Sonaba en mi mente: ¡Pepe! ¿Te gusta el flamenco? Y la respuesta por mí dada, ¡NO! Pero, no es crimen de la Humanidad, no tener oído para tan gran arte y rica cultura. Pero como todo en la vida, hay que ser receptivo y tener un buen oído para que el cante del flamenco se cuele por las rendijas de la ignorancia, de la frialdad del ser, y finalmente acabe arrancando ese pellizco dentro de ti. Un servidor es sordo en esos lares.
 
No hizo menos que complicar la situación cuando me serví mencionarle que el flamenco es una arte vulgar. Tomó mi oyente dicha afirmación por ofensa, hasta que cayó en la cuenta que me refería “al concepto de gente popular, sin una cultura, ni una posición económica elevada” Él me corrigió diciéndome que, para nada, el flamenco provenía de esa clase, por lo que yo, que no me muerdo la lengua, pasé a definirlo como elitista.  Como dijera aquél, ya sentía el aliento de las bestias del Averno en mi cogote cuando al fin reconocí, como lo había hecho al comienzo de nuestra plática, que no es un hecho de “gustar”, es de sentir, de sensaciones, de emociones, y por consiguiente, al no tener oído para el flamenco  este que suscribe no lo siente, no lo comprende. Por lo cual nunca escucho flamenco, salvo contadas ocasiones en la que amigos del gremio de artistas del flamenco me remiten algún tema personal, donde les reconozco el valor de dichos trabajos, siempre en la humildad de este sordo oyente.

Concluida y quizás nada aclarada mi postura frente al flamenco, volvimos bajarnos de la tarima de oradores y volvimos a ser, él y yo, tan amigos como hace ya algún tiempo. Él en sus dudas y yo en el acierto de ayudarle en lo que mis conocimientos puedan, nos dedicamos a otros menesteres más del día a día, de las tecnologías, de las redes.

 
 
 
 

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