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Plaza del Cabildo
 
 
 
 
 
 
 
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13 de Abril de 2008

Jota Siroco.-Benito Ridruejo, porque está joven, pasa cada mañana de verano vestido de Indiana Jones, con la prensa del día bajo su brazo y con sus ojos de listo clavados en un futuro de mucho tiempo.

Benito guarda el encanto de los viejos republicanos y de los ateneistas masónicos, y, aunque cada vez le importan menos las conferencias que se ofrecen en la docta casa, porque ya son muchas y a veces repetidas, sigue esperando ilusionado la copita de vino español, para cogerle la mano a su Consuelo.

¡Va a ser difícil que a Benito le nazca un delfín!.

Yo sé quién podría serlo, pero anda un poco liado con sus conciertos. 

Las palomas del Cabildo, como todo el mundo en la plaza, que al fin y al cabo también son población estable, tienen sus nombres y sus apodos, el “calvo”, la “cabezona”, “patitiesa”, la “chirigota”…a mi me enseñó a distinguirlas mi hija Liliana que, como ya dije en otro lugar, se pasó años robando su paciencia mientras les echaba arbejones uno a uno.

Hay inviernos que se nota la falta de alguna y a uno le da pena, porque ya te has hecho con su mirada, con su compañía y con su indiscreción.

La “patitiesa” por ejemplo era coja de la pata derecha por un mal pelotazo y andaba la pobre, es un decir lo de andaba, posándose directamente en las mesas, porque a la greña con las otras palomas no se comía ni un grano.

Este invierno faltó y, ya digo, me dio pena 

Son tantos los años que ya mide uno el tiempo de la plaza por generaciones, Vanesa y Olga, mis hijas mayores jugaron aquí, también Liliana, ya he dicho, y la Peque y Bea, las hijas de los Rosalía y Juan también, marcando otra época; hoy la ocupan Franky, Ana, Alejandra, Fernando y Adriana señalando nuevas fronteras temporales; y Sergiete, el hijo de Sergio y Mati, que siempre busca impávido el móvil del Gara; Juanito y Sofía los de Lina y Damián; mi tocayo Pepe, el hijo de Rocío y del excelente poeta José Luis Lobato; Belén, la sobrinísima de Patri y Pepe Luna; Pablo, el nieto de Balbino; Juan y Carlos, Sara, Gloria y Guille, mis pequeños vecinos sufridores de las noches de botellón y muchos y muchas más que pasan sin detenerse como tampoco se detiene la vida.Por supuesto que viene apretando también mi nieta Carlota, a la que ya le he buscado un buen huequecito a la sombra, junto al carrillo de chucherías.

 
 
 
 

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