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Culpables : Los sanluqueños.
 
 
 
 
 
 
 
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29 de Julio de 2007

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Los culpables son los sanluqueños 

Este jueves, día de las Anas, he leído un artículo en el New York Times que ha sido una revelación, una epifanía, un regalo del cielo y me es urgente compartirlo con ustedes.
Un servidor cuando pasa una temporada en Sanlúcar engorda.


Siempre. Y tiene que aguantar que su mujer le riña por haberse pasado de peso. No es la manzanilla, que ya sabrán ustedes que además de ser un magnífico antidepresivo, no engorda como demostrarían sesudos estudios universitarios si se realizasen. Lo que engorda es lo que acompañamos a la manzanilla: los chocos fritos, las tortillitas de camarones, las tapas de menudo o las de Pablo Tapas en Bonanza y otras delicias semejantes.
En fin, que uno se resigna a escuchar los sermones de la mujer que, con ello, en el fondo, demuestra que nos quiere. Y uno lo sufre, procurando tener un vasito a mano para aliviar el sufrimiento y la mala conciencia por la falta de dominio y de voluntad.
Y uno se fustiga y se castiga reconociendo su culpabilidad en el engorde. Pero hete aquí que un servidor no es culpable. Los culpables son el resto de los sanluqueños, en concreto mis amigos sanluqueños. Y no lo digo yo para quitarme la culpa, lo dice un sesudo estudio universitario que sí se ha realizado.
El doctor Christakis es un médico de la Harvard Medical School que se dedica a estudiar los aspectos sociológicos de la medicina, cómo la familia, amigos y la sociedad en general afectan a la salud del individuo. Su trabajo más conocido, hasta ahora, es un libro donde investiga por qué, en la clase médica, se ha perdido la virtud de la prognosis, de predecir el futuro de la enfermedad y del enfermo, justo cuando han mejorado tanto las herramientas para realizar el diagnóstico.
Cuando el dicho doctor leyó el titular periodístico que declaraba que, en los EEUU la obesidad tenía carácter de epidemia se puso a investigarlo en serio. (Su trabajo, aparecido en la New England Journal of Medicine puede leerse en la siguiente web: www.nejm.org; si se manejan ustedes en inglés no dejen de ver una animación que resume estupendamente el artículo).
Resulta que en una ciudad de Massachusetts se realizó un estudio sobre enfermedades cardiovasculares durante 32 años. Durante este tiempo se seguía la salud de las más de 12.000 personas involucradas en el estudio y periódicamente se les medía, entre otras cosas, el peso. Para poder hacer un seguimiento durante tanto tiempo se les pedía a los participantes que indicaran nombres de amigos que siempre supieran su domicilio para el caso de que se mudaran.
Con todos estos datos, los doctores Christakis y Fowler empezaron a ver cómo evolucionaba el peso de un individuo y de aquellas personas que se relacionaban con él o ella. Descubrieron que si el cónyuge, hermanos o vecinos engordaban, ello no suponía ningún cambio en el peso del individuo. Pero si, Dios no lo quisiese, engordaba un amigo cercano era prácticamente seguro que el pobre individuo en cuestión también engordaba.
La razón más probable de este descubrimiento es que el hecho de que un buen amigo engorde nos hace más admisible el engorde nuestro. También funciona a la inversa: el que un amigo adelgace nos anima a imitarle. Con el paso de los años, se forman grupos de gordos y grupos de delgados sin mucha conexión entre ellos.
Sea lo que sea, esta investigación me permitirá obligar a mi mujer a leer este artículo y prohibirle que nunca, nunca, nunca más me eche una bronca por engordar en Sanlúcar. Que se vaya a echársela a mi amigo X y a mi amigo Y que son los verdaderos culpables, no las tapas de ajo que me tomo con los vasitos de manzanilla.
Engordar, seguro que engordo lo mismo, pero la bronca se la echarán a otro.

Santiago Gallego      Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla

 
 
 
 

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