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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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08 de Noviembre de 2014
Omnes oceanus IV
José Antonio Córdoba.-El rumbo del crucero era ordinario en su misión de guardia de las aguas del Báltico, lo único nocorriente, pero tampoco fuera de lo normal, era que en su ruta se cruzara con un superpetrolero, este encuentro “casual” había sido programado para que el submarino abandonara la cobertura del crucero ruso y tomara la del transporte de crudo. Ambos buques navegaron por la aguas del Báltico durante tres días. Frente a un grupo de islas el petrolero desvió el rumbo, dando un rodeo para volver hacia la costa noruega, el Typhoon siguió navegando por la heladas aguas buscando su base, nada fácil para un sumergible de tales dimensiones. 

Navegando con rumbo noroeste, el sumergible alcanzó la isla de Rudolf, saliendo a la superficie continuó la marcha buscando la cara norte de la isla, un pequeño escarpado nevado y desolado que no daba muestras de que en la zona hubiese un complejo que pudiera albergar al submarino. A un cuarto de milla de la isla, el capitán dio la orden de inmersión, avanzando al mínimo de los motores. El submarino fue poco a poco engullido por las aguas gélidas del océano, a escasos metros del corte de la isla, el capitán, ordenó parar la marcha del navío pero no la inmersión, la pantalla principal de la sala de mando mostraba lo escarpado de esa cara pétrea, a unos setenta metros de profundidad, y de improviso, unos potentes focos en la pared rocosa iluminaron la proa del Typhoon, acto seguido el capitán dio la orden de detener la inmersión. Los focos una vez atenuada su luz inicial, mostraban la figura de un gran círculo, muy superior al tamaño del sumergible, unas burbujas de aire alertaron a la tripulación pero su capitán permanecía inerte, esas burbujas dejaron paso a una claridad cada vez mayor, frente a los ojos de la tripulación la pared rocosa abría sus entrañas, al momento, dos minisubmarinos comunicaron al sumergible que se iban a adosar a ambos costados para proceder a remolcarlo hasta el interior, un leve movimiento de la cabeza del capitán indicó al oficial de comunicaciones, que podía transmitir la conformidad a esa operación. Los minisubmarinos eran pequeñas manchas naranjas a ambos costados de esta gigantesca criatura oscura. Sin embargo, introdujeron el Typhoon en el interior de la isla en pocos minutos. Algo más tardaron las gigantescas compuertas en cerrarse, media hora más tarde el muelle quedaba sellado y por radio se comunicaba a la tripulación del submarino que podían descender a tierra, cierto humor irónico del operador al otro lado de la radio. La tripulación al completo dejó el interior del sumergible y formó en la cubierta, su capitán se aproximó a la pasarela y abandonó el buque. En tierra, un grupo de hombre lo recibieron eufóricos. La marcialidad rusa ahora daba paso a la camaradería.

 

 
 
 
 

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