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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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20 de Noviembre de 2014
Antianiras I
José A. Córdoba.-Año de 1195, cuatro años después de nuestra entrada en Acre. Como un día cualquiera, mes de septiembre, un mes algo más caluroso que en años anteriores, nos disponíamos a salir a las claras del día de patrulla, cuando un sargento se me acerca indicándome que el Senescal requiere mi presencia en su celda scriptorium. Minutos mas tarde me encontraba abriendo la puerta de la celda que el Senescal utilizaba a modo de scriptorium, una habitación cuyas paredes estaban recubiertas de estanterías que daban cabida a manuscritos, y sobre todo a cartas de navegación y mapas de los territorios conquistados en Tierra Santa, una mesa y tres sillas eran el resto de muebles que ocupaban la instancia. El Senescal leía junto a la ventana un manuscrito, y a escasos metros de la puerta un mensajero de permanecía inmóvil, ocultaba su rostro bajo la capucha del hábito blanco, y la cabeza cabizbaja, incluso ante mi presencia. Tras el saludo de rigor, a un gesto del Senescal el mensajero abandonó la sala, cerrando la puerta tras de mi.

¡Hermano, Bencomo! -dijo el Senescal- mientras se volvía hacia mi, con la misiva en la mano. Me la entregó invitándome con un gesto a que la leyera, y así lo hice. El mensaje, indicaba claramente que mis servicios y el de mis caballeros, quedaban suspendidos en Acre. Se ordenaba al Senescal nos preparase para afrontar un viaje por territorio Persa, buscando siempre el norte, nuestra misión era diplomática, aunque no exenta de un posible final nada halagüeño. En el mensaje se explicaba el porque de mi elección y la de mis caballeros para esta misión, además de indicarnos que el portador del mensaje, sería nuestro guía, y además, portaba otro mensaje que me entregaría una vez llegado el momento. Se me indicaba además la obligación de proteger a los hermanos, así como al mensajero en esta misión. Una vez concluida la misión deberíamos de alcanzar el puerto amigo más cercano y embarcar rumbo a Marsella, y desde allí a la Casa Madre de París.
¡Hermano, preparad todo para partir al atardecer!, viajaréis toda la noche con un grupo más numeroso, para salvaguardar vuestra marcha. Al amanecer, ustedes desviaran la ruta y el resto de los hermanos volverán nuevamente a Acre,-solo me quedó asentir y retirarme-
En el patio de armas, mis caballeros permanecían junto a sus monturas, esperando para salir, me acerqué hasta ellos, -caballeros, tenemos nuevas ordenes-, a veces, me preocupaba un poco la actitud de estos peculiares hermanos, pues no sabia si me ignoraban, o es que pertenecían a un plano superior al mío y podían leerme la mente, y que al hablarles les ofendía, antes de darles las órdenes parecían saberlas. Pero en fin, nuestras extrañas habilidades en el campo de batalla nos habían unido en un momento determinado de nuestras vidas como guerreros religiosos.
 
 
 
 

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