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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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15 de Enero de 2015
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José A. Córdoba.-Tarde con matices que apuntaban a desapacible. El horizonte dejaba entre ver, la lluvia que estaba por venir.Café con un buen amigo, quien se reirá al leer esto de amigo, pues le comentaba en el transcurso de nuestra plática, el uso erróneo que a veces he hecho de este término.Tarde de cafés, tabaco sobre la mesa, ojos que se fijaban en las mozas que por nuestro derredor pasaban, pero sobre todo, de buena charla y algunas risas, que tan bien sientan.Los compromisos de mi amigo le requieren, nuestro buen rato da paso a su fin con las palabras aún en nuestros labios. Una despedida, pero siempre con las ganas palpables de volver a repetir.Dejos que mis pies tomen el control de mis pasos, un ratito de caminar no vendrá nada mal. Así que mientras ellos me llevan, mis ojos se fijan en las gentes, escaparates, rótulos, vehículos y calles humedecidas por una lluvia tímida. Todo sin gran interés, sin prestar atención a los detalles, más que el necesario, pues al pasar quedarán olvidados. De vez en cuando mis ojos miraban a mis pies, como queriéndoles preguntar, pero el silencio los mantenía distantes.

Calles, coches, escaparates, gentes, rótulos, y otra vez mis pies sobre la acera húmeda. Cuando al levantar los ojos, cual bella aparición ante mis retinas.

Quizás, si al levantarme de aquella mesa y dejar atrás a mi amigo lo hubiera imaginado, de buen seguro no me hallaría allí, como ahora me encuentro. Un cristal y al otro lado una bella estampa. ¿Cuántos ojos habrán pasado antes que yo, por allí sin prestar más atención que la curiosidad?

Decía, ´cual bella aparición ante mis retinas`, aquella que mi mente contempla. La oscuridad se cierne a este lado del cristal, mientras, al otro lado la luz artificial ocupa cada espacio, cada molécula.  Ella, allí sentada, cabizbaja, con sus ojos, fijos sobre sus pequeñas manos que  sostienen el compendio del conocimiento de la vida moderna para el ser humano, es ajena a unos ojos que la escrutan desde la oscuridad de la noche. Su melena, refulgente a la luz artificial, más su vestir ayuda a tan bella estampa, ropa de tonos claros realzados por la luz blanquecina del artificio humano.

Mi mano, asciende casi en contra de mi cerebro negándose ésta a cumplir el mandato superior, que la ordena seguir oculta en el bolsillo de mi prenda de abrigo, pero nada, los dedos se cierran, la muñeca gira y los nudillos golpean una primera vez sin sonido alguno sobre el cristal, a la segunda intentona mis ojos se fijan en ella, quien alza su rostro, y al verme como si fuera Campanilla, se pone en pie y abre la puerta.

Tiempo detenido en mi interior, sus ojos frente a los míos, y el mundo mientras con sus prisas, ella me habla y mi cerebro, atontado como siempre, intenta estar a la altura, como queriendo disculpar la actuación de aquella mano insolente, insubordinada. Pero vano intento, su rostro frente al mío, sus ojos, sus palabras…

Segundos, minutos, horas, ¿Quién sabe, si fue una mala jugada de imaginación?

 
 
 
 
 

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