Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más
Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
Cartas de una sombra PDF Imprimir E-mail
Usar puntuación: / 1
MaloBueno 
23 de Octubre de 2015
El Sitio IX VIII VII  VI  V   IV III  II I.
José antonio Córdoba.-(…) Por ello os ruego que recojáis vuestras espadas, hermanos!… Mientras hablaba señalaba la espada que su segundo sostenía en las manos.─Entre vosotros ─continuó hablando─ se haya un Caballero Senescal y mi oficial sostiene en sus manos limpias su espada. Sabéis que nadie que no esté estrechamente relacionado con la Orden podría identificar a un Caballero Superior del Temple por el acero que portara al cinto.
─¡Hermanos, vuestra libertad está pactada, habéis dejado de ser prisioneros para ser invitados en este majestuoso campamento, mi Señor os ofrece en señal de gratitud que recuperéis vuestras espadas, además de que vuestro blasón que tan celosamente protegéis ondee al viento a la estrada de su tienda junto con los nuestros.

Ninguno movimos un solo músculo al silenciar Nâseb su exposición. El silencio se adueñó de aquella parte del campamento como si esperasen todos a que hiciéramos lo que se nos pedía. Los Hashsha-shin esperaban tan impasiblemente como nosotros. Buen rato me llevó tomar la decisión, avancé con cierta dificultad, pues mis piernas apenas podían sostenerme, me acerqué al segundo Hashsha-shin, que sostenía mi espada, quien desde que me vio llegar agachó la mirada y en ningún momento la levantó hasta que tomé de su mano mi acero. Miré al Nâseb y en su mirada no había traición alguna a sus palabras, es más, con un sutil gesto aprobó mi decisión. Acto seguido miré a mis hombres y les ordené tomaran sus espadas mientras enfundaba la mía en su deteriorada vaina.
 
Mis hombres con escasas fuerzas tomaron sus espadas sin muestras de arrojo alguno. Al tener en sus manos todos los hermanos sus espadas, Nâseb, dio ordenes para que mis hombres fueran aseados, alimentados y se les proporcionara aposento, además de que mientras no se pudieran defender por si mismos, recibieran escolta en todo momento. Indicando además a sus hombres que si algún templario quedaba desprotegido y le sucedía algo el responsable lo pagaría con su vida.
 
A mí se me invitó a pasar al interior de la tienda del general, en la puerta de la misma el hombrecillo con rostro mal humorado me miraba de reojo, cuando llegamos a su altura nos condujo ante el general. La tienda era casi un palacio donde la seda en sus innumerables colores lo cubría todo. El hombrecillo, al ver a su general aceleró sus pasos acompañándolos de varias reverencias hasta colocarse a un lado de éste y hablarle al oído. Tras oír lo que le dijera el general se incorporó con una agilidad asombrosa, y encaminándose hacia nosotros, momento en el que su guardia personal quiso seguirle y él con un gesto severo se lo impidió. Ya frente a mí, miró a Nâseb quien asintió con la cabeza, entonces el general tomó mi espada con tal ligereza y suavidad que no pensé que eso pudiera ser posible. La observó detenidamente durante un buen rato, deslizó sus dedos por la hoja, acarició la cruz de la empuñadura y volvió a depositarla en la vaina con la misma sutileza con la que la había extraído. Acto seguido depositó sus manos sobre mis hombros y me besó las mejillas, momento en el cual los asistentes en el interior de la tienda rompieron en gritos de júbilos, y el vino empezó a correr por doquier.
 
Hubo un detalle que me llamó poderosamente la atención, y es que en aquella tienda, solo portaban armas la guardia personal del general, Nâseb y yo mismo, el resto de los asistentes se encontraban desarmados. Con el tiempo me contaron que era una muestra de gratitud y confianza del general hacia sus invitados.
 
Al día siguiente cuando el sol ya indicaba por su posición el medio día, fui convocado nuevamente a la tienda del general, y se me pedía además que fuera acompañado por mis caballeros. Así lo hice, presentándonos todos en dicho lugar nos encontramos solos con Nâseb y el general, allí se nos informó de los planes del general de volver a sus tierras, y se nos pedía formáramos parte de aquel inmenso ejercito. Allí mismo y si consultarnos mutuamente todos asentimos, desde aquella misma tarde cabalgábamos con los Hashsha-shin, habíamos dejado atrás nuestra cruz roja en el pecho y solo mantuvimos el hábito blanco, pero marchábamos con nuestro maltrecho blasón ondeando al viento.Poco tiempo después el general nos obsequió con una replica en la seda más bella que jamás hubiéramos visto, y nuestro cansado y mutilado blasón pasó a descansar en la pared de la residencia que se nos habilitó en el pueblo donde deberíamos de residir por muchos años.
─Querido hermano, esta es mi historia, entre los hombres que ahora beben dentro se encuentran varios Caballeros, que portan el estandarte del que os he hablado.
 
 
 
 

Vídeos
históricos más vistos

Últimas entradas más leidas

 
 
 
 
© 2024 Portal Sanlucardigital.es
Joomla! is Free Software released under the GNU General Public License.
 
Síguenos en
       
Sanlúcar Digital  ISSN 1989-1962