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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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02 de Febrero de 2016
Omnes Oceanus VIII (El camino)
José Antonio Córdoba.-Lagri dio por concluida la reunión e invitó a los asistentes para que una vez alojados en sus respectivas dependencias, en el interior del Halcón II, tomaran lo que restaba de jornada en conocer las instalaciones de aquella base. La nueva tripulación del sumergible abandonó la sala tras los pasos de Lagri, ya en el pasillo un ordenanza se dirigió al Comandante Priem indicándole que sería su adjunto durante el tiempo que estuviesen en la base, Prien miró al hombre y asintió con un leve gesto de cabeza.
En una hora tripulación y oficiales estaban distribuidos y alojados en sus respectivos hábitats dentro de las entrañas de aquel majestuoso e imponente morador de las profundidades. Las dos oficiales fueron alojadas en el mismo camarote, ubicado en el centro mismo del sumergible, cubierta y pasillo habilitado exclusivamente para el Capitán del buque y los primeros oficiales, un lugar con acceso directo al puente y a los distintos compartimentos del sumergible, ubicación estratégica para en el caso de alarma, todos los oficiales pudiesen estar en el menor tiempo posible en sus respectivos puestos.

Las dos mujeres se presentaron y se limitaron a revisar el camarote, tomar cada una un armario y su respectiva litera. Mientras Alednac disfrutaba de una relajante ducha, Carmen se había descalzado recostándose sobre la cama. Comenzó a recorrer con los ojos el espacio de la habitación que le permitía su campo de visión sin más pensamiento que el propiciado por una agotada jornada de trabajo. Pero pronto el sueño comenzó a invadirla mientras recordaba el camino que la había llevado hasta aquel lugar. Ella había nacido en el seno de una familia humilde, era la segunda de tres hermanos, dos niñas y un niño, de las niñas la más pequeña, su hermana Ana se había casado a muy temprana edad y formado un hogar -eso decía ella, aunque sin mucho entusiasmo-. Para Carmen, su infancia fue efímera, había estudiado en un colegio de religiosas, y desde muy pequeña solía decir “el mar me llama”, así curso la especialidad de geografía litoral, “una rama de la Geografía que se ocupa de estudiar la interacción dinámica entre el océano, el clima y la tierra. Incluye la comprensión de los procesos de meteorización costeros, los diferentes tipos de olas y su acción sobre la costa, el movimiento de sedimentos, el clima costero, así como también el impacto de las actividades humanas sobre la costa”. Entre sus amistades la elección de la carrera no les vino de sorpresa, pues allí donde hubiera una marca de agua importante siempre atraía la atención de Carmen, sus amigos se reían cuando la veían cerca de una piscina, y ella con su característico carácter irónico empezaba haciéndoles el gesto del “pajarito”con el dedo corazón, según el ánimo un estiloso corte de manga, o si era de esos días de narices, los mandaba bien lejos. Aunque después todo quedaba en unas simples carcajadas. Tras presentarse a varias oposiciones para entrar como investigadora en algún estamento oficial, acabó finalmente como docente interina de Geografía e historia.
 
Los cuarenta a pocos años vista, tanto que ya en alguna ocasión había pensado en eso de la “crisis de los cuarenta”, pero era algo que le causaba tanto desparpajo como tristeza. Así que tras las vacaciones escolares de Semana Santa se planteó dejar la enseñanza por un tiempo. El curso académico concluyó y Carmen viajó hasta la pequeña localidad de Guetaria, allí escuchó algunas historias de los viejos marinos del lugar, de las hazañas de aquel gran marino que había concluido la 1ª Vuelta al Mundo, Juan Sebastián Elcano, y algunas de esas de misterios, que los viejos gustaban de contar a un público tan inocente como un niño de cinco años. Allí se estuvo una semana, después continuando la cordillera cantábrica llegó a El Ferrol, alquiló una habitación en una pensión modesta enclavada en un edificio moderno y cuyas terrazas daban al puerto. Era un edificio ubicado junto al obelisco de Churruca. El recepcionista la había alojado en la última planta, recomendandole las vistas que las misma tenía hacia el puerto. Disfrutó de una tarde sentada en la terraza, pensando, pero principalmente contemplando aquella visión de la bocana del puerto, había podido comprobar el transito marítimo, y algún que otro buque de la Armada Española, entrando o saliendo del mismo, pero sin más interés que la curiosidad de un común observador.
 
Tras una refrescante ducha, se vistió con sus clásicos Lewis, acompañó de esa blusa burdeos que hacía de sus pequeños pero firmes pechos el reclamo de ojos masculinos y femeninos. Tomó su mochila, comprobando que llevaba el equipo de supervivencia imprescindible: tabaco, mecheros, cartera, el móvil, equipo de belleza –por si las moscas se decía-, y un fular. Cerró tras de si la puerta de la pensión y se arrojó a las calles de aquella villa portuaria donde el atardecer se batía a vida o muerte con la noche. La zona era tranquila, las calles bien iluminadas pero de poco transito humano, algo que en un principio agradeció, pensó bajar hasta el muelle y recorrerlo por el paseo marítimo, pero decidió adentrarse en las callejuelas del centro, por lo que opto por un taxi que la dejo en una zona peatonal y tomó la calle que el taxista le había indicado tras una charla con ella interesándose por los quehaceres de su pasajera en la ciudad. Aunque ella fue parca en palabras y solo explicó lo justo para que le recomendara un lugar donde cenar y otro de copas. Y esa fue precisamente su agenda para esa noche, cenó en un coqueto y elegante restaurante, y aprovechó para preguntar al camarero le recomendara, un lugar o dos, donde tomar algunas copas y disfrutar de buena música...
 
 
 
 

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