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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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06 de Marzo de 2016
Omnes Oceanus IX (El cambio II)
José Antonio Córdoba.-Ella lo miró con un cabreo de narices, pensaba que el humor irónico de la Armada tenía su máximo referente en Carlos.
-Carlos, no es mi intención vestirme de marinerita, para el cachondeo de hombretones como tú. -Él, lejos de parar de reírse incrementó el desparpajo, y ella se giró con tal cabreo, que durante un buen rato Carlos solo pudo disfrutar de la espalda de Carmen.
El alba ya se colaba por la habitación de Carmen, que se abrazaba instintivamente al cuerpo de Carlos, ambos en la desnudez misma del Universo. Por un momento se permitió pensar que lo echaría de menos, habían pasado unas horas muy gratas. Besó la espalda de él, le siguió el cuello y terminó por darle un sonoro beso en la mejilla, a la vez que le gritaba: -¡Arriba bribón!, ¿te vas a marchar sin dejar este cuerpo lo suficientemente atendido? Carlos se giró y la abrazó con tal fuerza que ella sintió arrepentirse de sus palabras, a la vez que le pellizcaba la barriga, para zafarse de la presa. Aquel juego acabó con ambos revolcados en un apasionado frenesí sexual.

El medio día estaba apunto de tocar su cenit y ella optó por acompañarlo hasta el puerto. El taxi los había acercado hasta la entrada en la Rua de Agüellesa a la dársena de la Armada. Ella permaneció en el interior del taxi mientras veía entrar por la puerta custodiada por aquellos Infantes de Marina armados y como estos le saludaban al identificarse. Pidió a taxista la sacara de allí, y cuando le pidió donde quería que la llevara ella se encogió de hombros.
-¿Usted no es de aquí?, preguntó el taxista casi en un tono más de afirmación.
Ella no contestó, tenía la mira como perdida en las calles por las que circulaba el vehículo.
-Señora, ¿ha visto usted alguna vez como se hace un buque de guerra a la mar aquí en El Ferrol?, preguntó nuevamente el taxista, a lo que ella negó con la cabeza.
-¿Si no tiene inconveniente la voy a llevar a un lugar desde el que podrá ver la salida del buque de su amado e incluso decirle adiós? Ella lo miró a los ojos a través del retrovisor del interior, y asintió con la mirada.
Cuando vino a darse cuenta en su cabeza había empezado un dilema sobre las palabras que le había dicho Carlos la noche anterior, y cuando tomó consciencia de ese debate interior se percató que iba ganando por una mayoría abrumadora, el plantearse la posibilidad que le propuso aquel marino de “aguadulce”. El fresco de la brisa marina la devolvió a la realidad, miró a su alrededor como si no supiese como había llegado hasta allí, en su mano derecha una copa de Rioja y en la izquierda un cigarrillo a medio consumir, se giró y estaba en la terraza de un restaurante, dentro del mismo había un gran bullicio de gentes pero en el exterior, en aquella terraza solo fumadores y algunas mesas que entre platicas disfrutaban de las vistas de aquella ría.
Las casualidades del destino o no, le permitieron en ese momento disfrutar de la salida de un buque de la Armada por aquella ría, seguía con su mirada el navegar tranquilo de aquel navío, que en esos momentos pasaba justo frente a la terraza del restaurante.
-Es el Patrullero Atalaya -,escuchó decir a un hombre que estaba a su lado y se dirigía a su pareja.
Mientras el buque dejaba la protección de la ría y se internaba en alta mar aquel mismo hombre explicaba a su compañera:
-Ves aquellos buques hacia los que se dirige el Patrullero, uno es europeo, el más claro, el oscuro debe ser con toda seguridad ruso.
Carmen entendió que el buque era la que comandaba Carlos. La imagen de aquel navío embistiendo el oleaje, removió algo en ella, era como si algo dormido se hubiera despertado en su interior, era, era como cuando destapas un tarro de perfume y su fragancia te transporta lejos, como a otro mundo. Pues así se sentía en ese momento, allí quieta en pie, se balanceaba al ritmo de aquella fragata, como si navegara a bordo. El olor del salitre, el olor, aquel olor en el aire húmedo despertó una sensación que la recorrió entera, sus poros se despertaron uno a uno según, incluso sus pezones reaccionaron tal cual los poros, tensados por el frío de aquella extraña sensación.
Como una autómata se giró sobre sus talones, entró en el salón ajetreado del restaurante y pidió un café cargado, sorbo a sorbo, poco a poco su cuerpo recuperaba la temperatura humana aunque su mente seguía buscando una explicación a la experiencia vivida. Pero nada le parecía lógico, ¿qué había pasado?, ¿quien era aquel Carlos?, ¿qué ocultaba el mar, que desde tan temprana edad la llamaba?, ¿qué había ocurrido en aquella terraza?, ¿quien era ella?, unas preguntas que no cesaban, cual gota de agua sobre la tranquila superficie cristalina de un estanque. Aquel café llevó a otro, y su estomago le pidió una tregua, algo que digerir y calmar el hambre, ya que no podría calmar la sensación que aún la mantenía temblorosa...  
 
 
 
 

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