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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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25 de Junio de 2016
Pese a la felicidad en los ojos de Espinosa, su rostro denotaba gran dureza, Carmen miraba simultáneamente a aquellos Infantes frente a ella, seguía sin comprender que hacía ella allí.
Los dos soldados esperaban a que su superior les indicara que podían volver a sus ejercicios, el Teniente los miró, y dándoles las gracias les ordenó volver con su unidad.
Espinosa se giró hacia Carmen y con un gesto la invitó a que lo acompañara, ambos emprendieron el camino hacia la salida del acuartelamiento, en esos escasos centenares de metros la mente de ella parecía como si se hubiera quedado en aquella terraza donde escuchó aquellas historias, pero sobre todo las sintió reflejadas en los rostros de sus protagonistas, sin embargo, era la historia del Teniente la que no dejaba de rondarle la cabeza. Un hombre marcado así por los avatares de la vida que encontró en el centro mismo de la guerra, de la crueldad humana la esperanza, la semilla de una nueva vida.

Cuando regresó de su ensimismamiento,  sintió como Espinosa le retiraba de la camiseta la identificación de visitante, se encontraban fuera del acuartelamiento en la acera que discurría paralela a la tapia de las instalaciones de la Armada, junto al puesto de control de acceso a dicho recinto militar. Lo miró a los ojos y este la contemplaba fijamente en silencio mientras jugaba con el pase entre las manos. Al fin rompió a hablar.
─ ¡Carmen!, ha sido todo un placer que nos acompañaras. Has escuchado que nos motiva a seguir adelante con nuestras vidas. Me gustaría que tú hicieras lo mismo, hoy cuando regreses a la habitación, cierra los ojos y piensa solo en una cosa…─hizo una pausa ─debes de encontrarte a ti misma, y el camino que emprendas que te haga crecer profesional y personalmente en la misma medida, eso será lo único que te reconforte.
            Carmen asintió con la cabeza, se despidieron con un par de besos en las mejillas, Camén dio un paso atrás y con cierta güasa le saludó marcialmente, lo que provocó en él un carcajada. Ella se dio la vuelta y comenzó a caminar, mientras, Espinosa la miraba, contemplaba aquella figura enfundada en aquella ropa deportiva y no pudo evitar dejar la mirada fija en las caderas bien formadas, en aquel bello culo que al caminar daba cierto estilo a los pantalones cortos que llevaba puesto cortesía de la Unidad, cuando de pronto le gritó.
─ ¡Carmen!, ─ella se paró pero sin girarse ─!no dejes de mirar nunca al mar! ─el tono de Espinosa era algo confuso entre casi una orden y un consejo, como esos de un padre a su hija.
            Ella continuó caminando, y aunque lo deseaba sabía que no debía de volver la mirada atrás. Regresó a la habitación, se duchó nuevamente para relajarse y allí en la soledad bajo el agua tibia digerir todo lo sucedido. Pero, no paraba de preguntarse como aquel militar sabía de su interés, de su pasión por el mar, ¿cómo lo sabía? Tras la ducha bajó a la calle y en el primer bar que encontró tomó una cena ligera, una copa y subió de nuevo a la habitación, una vez en ella se acostó. Sobre las frescas sábanas de un tono celeste dejó caer su cuerpo desnudo, por ropa solo un culote, apenas un par de vueltas y se durmió con el ruido de los motores de algunos barcos que transitaban la ría.
            De pronto una sirena le hizo dar un salto de la cama, mientras escuchaba las carcajadas de su compañera de cuarto. Sentada sobre la cama Carmen miraba alrededor como si no conociera el lugar, se acababa de acostar en la cama de la pensión de El Ferrol y ahora estaba en una habitación completamente distinta, con la figura de una mujer uniformada frente a ella y riendo a pierna suelta. Poco a poco Carmen se fue situando, recordando donde estaba realmente, a varios cientos de metros bajo el mar helado del norte de Europa.
─¡Compañera!, pareces que te acabas de teletransportar a este dormitorio, por tu expresión diría que dormías a miles de kilómetros de esta base.
 
 
 
 

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