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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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04 de Julio de 2016
La Reina Sapito
José A. Córdoba.- La carraca se deslizaba sobre un mar de aguas rizadas. Navegaba hacia el ocaso, hacia oriente. El sol ya comenzaba a ocultarse sobre aquellas aguas del mar de los romanos, sobre aquel Mare Nostrum. Un mar que ahora cristianos y musulmanes luchaban por el control de sus aguas, por el momento los primeros tenían la supremacía de la mayor parte, desde oriente a occidente las aguas del centro y del norte del Mare estaban bajo dominio cristiano, por esas aguas navegaba la carraca.
 Además de la habitual mercadería, la carraca, transportaba un reducido grupo de hombres, fraters por  sus hábitos marrón oscuro, aunque el portar espada le hacía a la tripulación del navío sospechar que se trataban de templarios. Tripulación y pasajeros acababan de cenar, entre los fraters uno de ellos se aprestó a la proa de la embarcación, pronto se le acercó otro de los religiosos y le preguntó.
─Bencomo, no debes de quedarte solo, ¿te acompaño?

─¡No!, Santiago, quiero un poco de intimidad, ¡te lo ruego hermano!
Santiago agachó la cabeza en señal de conformidad pero susurrándole que lo vigilaría desde una distancia prudencial, a lo que Bencomo no puso objeción.
Bencomo se relajó mientras contemplaba la masa de agua en torno a la embarcación. De pronto un recuerdo le trasladó a miles de millas de aquella carraca. La brisa del atardecer le había avivado recuerdos de su infancia, cuantos años fuera de casa. Bencomo era un Caballero Templario de no más de cincuenta años, quien a los quince años había dejado su casa. Fue deseo de su padre que aquel joven Guanche finalizara ─ya había renunciado a su nombre natural y recibido el de adulto─ la ceremonia de transformación en guerrero lejos de casa, bajo el amparo de aquellos extraños que habían llegado unos días antes a su isla en un gran navío, cuyos tripulantes y en el velamen de sus mástiles ondeaban la misma cruz que desde hacía años portaba en su pecho y en su capa.
 
Los quince años, cuanto había dejado atrás. Pero eso no era lo que le invadía, era el recuerdo de una historia que le contaba casi a diario su abuelo. Hoy y tras todas las situaciones que llevaba vivida comprendía que su abuelo intentaba decirle algo, con aquel insistente relato. Se le vino a la mente las palabras de su madre.
─Benco, hijo mío, tu abuelo pese a su edad es un hombre sabio, nunca olvides ninguna de las palabras que él te dedica, algún día cuando seas adulto las entenderás. Tú abuelo, al igual que yo hemos sentido algo especial en ti, desde el mismo día en que naciste tu abuelo te tomó en sus brazos, se acercó a su Drago y sentado bajo el comenzó a relatarte esa leyenda que desde entonces no ha cesado en contarte casi todos los días…
 
¿Qué ocurría?, se preguntaba Bencomo mientras miraba al sol ponerse en el horizonte, casi era como si pretendiese que este se lo explicara. ¿Por qué ahora?, ese relato casi olvidado tomaba por asalto su consciente. De pronto recordó, algo que se le había pasado por alto. Se había convertido en un correo especial para la Orden, cuando una situación política delicada requería de una correspondencia entre las partes leal, segura, rápida y efectiva se recurría a un grupo de templarios entre los que se encontraba él. En esta ocasión una de esas misiones le había llevado a las entrañas mismas del Nilo Alto, había navegado aquel río milenario, sin darse cuenta que formaba parte de aquel relato que su abuelo tantas veces le había contado. Sin embargo, en la sala del palacio de Asuán donde fue recibido por una comitiva de árabes cristianos, había un gran tapiz que mostraba un mapa del mundo donde aparecían lugares por los que él había navegado, pero lo tomó por falso al encontrar un gran continente donde solo había agua, y el transcurrir de las negociaciones le hicieron dejar de prestarle atención, aunque de vez en cuando en los momentos de reflexión durante las largas horas de negociaciones su mirada volvía al tapiz, pero sin más interés que el de la curiosidad.
 
 Pero allí sentado en la proa de aquel navío comenzaron a bombardearle la mente imágEnes sueltas del aquel gran tapiz, a la vez que la voz de su abuelo casi acompañaban aquellas imágenes...
 
 
 
 

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