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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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09 de Julio de 2016
La reina sapito II
Ese continente, ¡espera, espera! se dijo, ese es el continente del que me hablaba el abuelo, ¿Y que pintaba en medio de aquél desértico paraje?, ¿cómo conocían en aquel lugar tan alejado la ubicación de la tierra de Atlas?, algo se había despertado en su interior, llevaba años sin recordar aquella fantástica historia que su abuelo se empeñaba en contársela como cierta, y ahora en la otra puta del mundo “conocido” aparecía un tapiz con el mítico continente. Se echó sobre la borda de la carraca y toco con los dedos el agua fría que levantaba la proa del navío. Se erguió y girándose buscó sentarse nuevamente pero esta vez mejor apoyado, su escolta hizo ademán de acercarse pero él se lo negó con la cabeza.

La carraca surcaba aquellas aguas con una fluidez abrumadora. Nuevamente sentado se dispuso a analizar las imágenes de aquél tapiz a la vez que se trasladó al último encuentro con su abuelo, la última vez que escucharía de los labios de aquel casi centenario hombre la historia, una vez más.
─¡Hola nieto! ─fue le habló el abuelo al ver aparecer a Bencomo por el recodo del camino de ascenso hasta el Drago.
─¿Abuelo me mandaste llamar? ─le preguntó el joven mientras le saludaba con la mano.
─Así es, siéntate aquí ─señalaba el abuelo con la mano sobre una piedra a su derecha─ sabes que llevo casi quince años contándote la misma historia, la cual ya debes de tener mejor memorizada que yo, pero hoy te la voy a contar nuevamente pero esta vez completa, con detalles que te sorprenderán y dudarás, pero recuerda que algún día lo que hoy te cuente marcará un antes y un después en tu vida.
            Bencomo miraba a su abuelo con la misma cara de incredulidad que siempre, pero el rostro del anciano era un rictus, impasible, serio, más de lo habitual, y desde que comenzó a hablar no apartó la mirada del mar.
 
─Comenzaré desde el principio, Benco. Hoy frente a nosotros solo puedes contemplar agua, mires donde mires, solo agua. Pues bien, no siempre fue así. Para contarte la historia debes de olvidar el tiempo como lo conoces, el tiempo de los dioses es distinto al nuestro, y como ya te he contado otras veces en esta historia hay un Dios. Cuando aún los hombres eran una especie apenas perceptible en este planeta, algunos antiguos humanos a su forma habían pintado en las piedras imágenes incomprensibles y aún lo siguen siendo para quien no conozca la historia que tenemos entre manos. Aquellos dibujos mostraban a seres extraños caminando por el cielo, volando donde solo lo hacían las aves. Todo quedaba en meras imágenes de nuestros ancestros, hasta que un buen día el cielo frente al que ahora nos sentamos se oscureció del tal manera que el día se hizo noche, pero al tiempo que las nubes escupían fuego con tal fiereza que el agua empezó a desaparecer. Tras aquellas nubes de fuego algo inmensamente gigante cayó sobre las aguas que tienes frente a ti, el estruendo fue de tal magnitud, que el agua desapareció por un tiempo. Los humanos que había por los alrededores corrieron a las cuevas más altas y allí se refugiaron durante mucho tiempo. Tras aquel estruendo que duró algunos días con sus noches, el silencio se hizo nuevamente, pero de tal magnitud que ni los sonidos de los animales o aves se escuchaban. Cuando los primeros hombres empezaron a salir de sus cuevas para ver qué había sucedido se encontraron con algo nunca visto, un objeto extraño tanto por su imagen como por su tamaño ocupa todo el horizonte que era posible divisar con sus ojos.
 

José Antonio Córdoba Fernández

 
 
 
 

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