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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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01 de Agosto de 2016
 La reina Sapito IV
José Antonio Córdoba.-─Uno de los ancianos mirando al resto de los suyos y viendo como todos asentían aceptó lo que se le pedía. Así que, hombre y atlante se pusieron en pie uno frente al otro, el gigante tomó las sienes del hombre y tras un largo espacio de tiempo de imponerle sus manos sobre la cabeza lo soltó, a la vez lo tomaba por los hombros intuyendo su posible desvanecimiento, ayudándolo a tomar asiento en el suelo junto a los demás. Mientras el anciano se recobraba el Atlante retomó la palabra: “Este hombre ha recibido el conocimiento del lugar donde habitará la Vara de Atlas, generación tras generación deberéis de tomar a un joven con ciertas aptitudes físicas y mentales  para que sea el portador del secreto; muy lejos de aquí, otro de mis hermanos ha realizado la misma ceremonia pero con otro humano, y en sus espaldas aparecerá una marca mediante la cual llegado el momento se conocerán. Siempre juntos, ambos portadores de la llave accederán al lugar, activaran el mecanismo de la Vara permitiendo a nuestra nave salir de esa prisión, para entonces estaremos preparados para viajar definitivamente a un lugar donde asentarnos. La marca está siendo grabada ahora mismo sellando la cámara, además de aparecer en la entrada de la galería”.
─Los atlantes tal como llegaron se marcharon, descendiendo por la ladera del monte. Los ancianos estaban estupefactos, no habían entendido nada y encima habían sido testigos de cómo en la espalda del hombre que había estado en manos del atlante fue apareciendo en su espalda una mancha. La misma en los días posteriores se definiría claramente, como si fuera un tatuaje.  
 
─Al alba un estruendo ensordecedor despertó al planeta entero. Los ancianos salieron al exterior de la cabaña, la imagen era impactante, el agua del mar empezaba a evaporarse, los animales de la zona corrían despavoridos hacia el interior de la isla, en dirección contraria a la de la nave. De pronto una columna de fuego incendió todo el horizonte visible, los ancianos se tuvieron que refugiar en la cueva, que estaba a las espaldas de la cabaña. Poco a poco aquella columna de fuego fue ascendiendo, con la mancha oscura de la nave en la parte alta. Los hombres congregados en la cueva se miraban entre ellos y miraban aquel cegador espectáculo. Varios días tardó en sofocarse los efectos de aquella columna llameante. El océano tardó algo más en recuperarse.
 

─Tras la marcha de aquellos Atlantes, los ancianos eligieron a un joven de la aldea y comenzaron su enseñanza, a la vez que decidieron taponar con piedras la entrada de aquella cueva.

─Los años se fueron sucediendo, aquel joven se convirtió en anciano y nuevamente se repitió el ciclo. Aquel lugar conocido como el Lago de los Sapos, por una charca de grandes dimensiones y sus moradores, unos sapos autóctonos del lugar, que algunos dieron en decir que aparecieron aquella noche en la que la Vara de Atlas fue ocultada. Los años dieron paso a siglos, las generaciones de guardianes de aquel lugar se sucedieron de igual forma, aunque el lugar fue cayendo en el olvido, pues ya se empezaba a temer que todo fuera una leyenda, más que una realidad. Pero sin embargo, el Guardián siguió fiel a la labor de sus ancestros, pero poco a poco fue convirtiéndose en una figura ermitaña, alguien que existía pero del que la aldea apenas reparaba en él.
─Se cuenta que los Guanches descendemos directamente de aquellos primeros ancianos que recibieron aquellos conocimientos.
─¡Benco, nieto!, acércate y descubre mi espalda ─el joven obedeció sin decir nada─, míralo  bien, aprecia sus detalles, debes de memorizarlo, avísame cuando lo hayas hecho.
 

            El joven seguía con la mirada cada trazo, que aún en la piel arrugada de su abuelo se definía claramente, incluso hubo instante en el que le dio la impresión de que el tatuaje estaba vivo. Cuando terminó de observarlo, suavemente le colocó a su abuelo la prenda que le cubría la espalda, pero ahora había mucha más ternura en sus gestos que lo habitual.

─¿Abuelo, tú eres uno de los dos Guardianes? ─preguntó el joven, con un tono de voz entre el temor por la pregunta y la emoción de sentirse parte de una historia como aquella.
 

            El abuelo se incorporó con tal agilidad que incluso sorprendió a su abuelo, miró largo y tendido hacia el océano que se abría frente a ellos, después se giró hacia su nieto.    

─Nieto, has visto solo una parte de mi secreto. Lo importante se haya aquí ─señalando con el dedo índice de su mano izquierda la sien─. Desde que naciste has sido entrenado para ser mi sucesor. Ninguno mis predecesores abandonó jamás estas islas, siempre hemos esperado aque algo nos sucediera, que apareciera aquí el otro Guardián, pero jamás fue así. En breve emprenderás la mayor aventura de tu vida, aunque en nada tiene que ver con lo que te vengo refiriendo, si que es una buena oportunidad, para cumplir nuestro propósito. 
 
 
 
 

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