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Cartas de una sombra
 
 
 
 
 
 
 
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18 de Agosto de 2016
La Reina Sapito V
El abuelo, guardó silencio durante unos minutos mirando a su nieto a los ojos, y el joven Bencomo le sostuvo la mirada, como era de esperar de un futuro guerrero.
─Benco, tú eres el próximo Guardián. -le dijo el anciano- Serás quien me sucederá en este camino. Durante estos quince años te he ido transmitiendo los conocimientos que mi bisabuelo me legó, y este, a su vez los recibiera del suyo. Ahora es el momento, ¿deseas ser el Guardián del legado de nuestros ancestros?, ¿estás dispuesto a consagrar tu vida a proteger el secreto de la llave?

De los ojos del joven brotaron unas lágrimas que realzaron la viveza de sus ojos y la claridad celeste de sus pupilas. Ante la mirada de su abuelo el joven clavó sus rodillas en el suelo, diciendo:
 ─¡¡Acepto!! ¡Acepto abuelo, ser el Guardián del legado que portas abuelo, Señor de estas tierras! y juro poner mi vida a disposición de la llave, cuando así, sabiamente, me hagas portador de ella.
            El anciano se dejó caer sobre el báculo que portaba, pues la emoción le había embargado por completo. Se repuso aún con los ojos humedecidos, solicitándole al joven se levantara. Cuando éste lo hizo, le indicó apoyara su espalda contra el tronco del Drago.
─Nieto, te voy a transmitir los conocimientos que yo recibí en su día, y los que tú, si llegada tu hora no sucede lo esperado, habrás de transmitir a quien sabiamente elijas.
            El joven asintió, el abuelo dio un paso hacia él pidiéndole le sostuviera el báculo. Ya con las manos libres tomo las sienes de su nieto y tras unos minutos las retiró, en ese momento el joven se desvaneció deslizando su espalda sobre el tronco del árbol, a la vez que el abuelo tomaba de nuevo su báculo. Se dirigió hacia la piedra en la que habitualmente se sentaba y mirando a su nieto tomó asiento. Volvió su mirada al océano y con cierta nostalgia miró al cielo, como si pudiera alcanzar a ver el lugar donde permanecía aquella nave, aquellas gentes confinadas, y que todo dependía de dos mortales humanos. Desde que recibió los conocimientos Óscar -aquel anciano camino de los cien años, hombre de elevada estatura, piel clara, ligeramente bronceada por el sol del Atlántico, ojos claros como los de Bencomo- se preguntaba a menudo que había llevado a aquellos seres superiores en conocimientos y tecnología a sacrificarlo todo, y que, todo dependa de un azar, que por otra durante generaciones no se había producido. Era algo tan enigmático, como la propia Vara de Atlas.
            Cuando el joven recobró la consciencia se acercó a su abuelo quien apoyado en el báculo se incorporaba al verlo llegar.
─¡Acompáñame! ─el tono seco del anciano preocupó a Bencomo, quien en silencio siguió los pasos de su abuelo.
            Tomaron un sendero apenas perceptible en la vegetación tras aquel inmenso Drago. Apenas diez minutos caminando, el senderó concluía en un pequeño claro. Las laderas del Teide ofrecían innumerables abrigos rocosos y cortes verticales, como aquel en el que se había detenido. El abuelo se acercó hasta la pared rocosa de lava y con las manos rebuscó entre la maleza que crecía en buena parte de aquella pared, cuando paró de rebuscar pidió a su nieto se acercara y mirara entre la maleza, así lo hizo Bencomo. Al mirar donde su abuelo señalaba pudo ver un rustico grabado sobre la piedra, semejante al que su abuelo llevaba tatuado  en su espalda.
─Graba este lugar en tu memoria, algún día serás tú quien estés aquí enseñando este lugar y este sello a tu sucesor. ─concluyó su abuelo.
            A continuación deshicieron el camino, dejando atrás el Drago volvieron a la aldea, el ocaso ya inundaba el horizonte y el sol ocultándose lo impregnaba todo de anaranjadas tonalidades.
            El joven se paró en seco y el abuelo continuó algunos pasos más, deteniéndose casi como por inercia, levemente giró su cabeza para mirarlo.
─¡Abuelo!, no siento nada, estoy tal cual, no he experimentado nada extraño ─dijo a su abuelo con un tono de gran preocupación y tristeza, como si no hubiera sido digno de aquel secreto que le había contado su abuelo.
            Óscar, le indicó se acercara, y le dio un gran abrazo para a continuación -con una mano sobre el hombro izquierdo del joven- hablarle tal cual niño era.
─Bencomo, mi joven nieto. Poco a poco los conocimientos se te harán presentes. La mayor parte de ellos te serán revelados por vivencias  propias o en sueños. Como irás comprobando con los años la magnitud de lo que has recibido hoy, allá arriba, si te fueras consciente en un momento de todo podría destrozarte la mente y, aunque no lo sabemos seguros, podrían matarnos. Ten presente, que además de lo revelado, tu propia mente te someterá a preguntas de las que jamás hubieras imaginarás poder hacerte. Así que, este camino que emprendes ahora es largo, y te debes a una meditación profunda a lo largo de tu vida. Esas revelaciones, te irán explicando cosas que a mí me resultaría imposible de explicarte en tan poco tiempo. Eres muy joven, pero solo puedo aconsejarte que te dejes llevar, fluye con tus sensaciones, será el mejor camino…
 
 
 

José Antonio Córdoba Fernández

 
 
 
 

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