José A. Córdoba.-La noche hacía ya varias horas que se había transmutado en una espesa madrugada. Sobre los cartones aprovechaba un rayo de luz proveniente de una farola en la calle que se colaba por entre una de las rendijas formadas al apilar los cartones uno sobre otro.Los años habían pasado desde que había leído la segunda parte del volumen que ahora pretendía acabar para devolvérselo a la amiga que se lo había prestado.
Curiosamente cuando dio comienzo a la lectura de esta segunda parte, él creía que tenía a buen recaudo todos sus sentimientos y emociones. Pero la sorpresa fue mayúscula. Aquellos se unieron y se rebelaron contra el cautiverio, a cada página que él vagabundo leía, en su interior se orquestaba el más grande de los motines. Él, capitán de aquel navío que era su alma, estaba a meced de unos sublevados, todos los esfuerzos por reducirlos al cautiverio solo tenían éxito cuando cansado por el sueño cerraba cuidadosamente aquel libro, evitando que el viento despertara las sombras de aquella revuelta.
Las noches se sucedían una tras otra. Las hojas eran leídas, el sin techo dejaba por unas horas su mundo y viajaba a las calles de la ciudad donde la historia se desarrollaba, como si de un visitante extraterrestre se tratase que observaba y vivía de cerca cada escena descrita en aquellas páginas. Sentía el frío de aquellas calles; el calor de un buen caldo; el ardor de una copita de vino de Jerez. Escuchaba las conversaciones; sentía la tensión del ambiente cuando su protagonista se angustiaba; revivía aquella primera experiencia de adolescente al hacer el amor por vez primera; sentía ese hormigueo en el estomago de cuando buscaba a su chica a escondidas. Pero también sentía la angustia, el dolor, la sangre caliente borboteando de su cuerpo cuando los protagonistas morían, o en el mejor de los casos, solo salían heridos.
Pero lo que no esperaba aquel sin nombre cuando sus ojos comenzaron a desplazarse entre los caracteres escritos de aquellas blancas páginas en las que se desarrollaba el tramo final del libro, fue sentir como sus ojos se convertían en el afluente del Guadalquivir. Ese momento en el que la confusión de escenas, de sentimientos, de hechos, de recuerdos se van fundiendo entre la ficción de la literatura y la realidad de aquél hombre que en su inmensa soledad intentaba sobrevivir a aquel huracán de sentimientos y recuerdos amotinados.
Sus pies sobre la tabla clavada en la borda del buque dejaba claro que final estaba cerca, el capitán (la mente), había sido reducido en el motín por sus marineros (sentimientos y recuerdos) Las páginas finales del aquel libro desataron finalmente el precinto que mal guardaban tantos sentimientos reprimidos (el capitán había sido arrojado con toda impunidad a las aguas infestadas del abismo) A cada reglón leído las voz del vagabundo se ahogaba entre el dolor y las lágrimas. Más de una vez cerraba el libro, se preguntaba, ¿el por qué lloraba?, ¿el por qué de aquel hondo penar?, pero ya era tarde para tanto preguntar. Había más agua de lágrimas entre los cartones, que las producidas por el mal tiempo de aquellos días de lluvia.
Soñaba el vagabundo en ser escritor, más al leer aquellas páginas sabía que aún solo era un simple recopilador de trazos sobre una hoja en blanco. Se sentía cual hoja vacía esperando la mano que volviera a realizar trazos de grafía o líneas que crearan caligrafías o dibujos que dieran forma a una nueva vida…
En definitiva, había encontrado en cada personaje de aquel libro algo de él.
