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La pequeña Daniela
 
 
 
 
 
 
 
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27 de Enero de 2019
La pequeña Daniela
**Isa Garray.-En la sala de espera se escuchan los gritos de la pequeña Daniela. Los pacientes y familiares se miran horrorizados ante tan escalofriante melodía. Una enfermera sale del quirófano y pregunta por su madre. Ésta, tan pálida como las paredes de la policlínica, le sigue sin pensar en otra cosa salvo los gritos de su hija.
Dentro de la cutre e inhóspita sala, entre cortinas blancas, bisturí y agujas, Daniela sobresale con sus ojos hinchados de lágrimas. El rostro de la niña paraliza a su pobre madre víctima de las circunstancias. Daniela, que llora estremecida sobre la camilla, vuelve a gritar: ¡mamá! Entre sus piernas abiertas nace un frío preso del pánico.

Yo estaba fuera, en aquella sala de espera escuchándola gritar. Pensando que ojalá no tuviese la misma suerte. Tras el último grito y un leve silencio, la misma enfermera salió al pasillo y pronunció mi número (189). Me levanté, despidiendo a mi pareja con una tierna sonrisa.
Desnuda, otro quirófano cutre. Una anciana alcahueta ilumina mi entrepierna y ajusta las luces de forma mecánica. Cuando todo está listo avisa al doctor, mientras un enfermero amable de rostro tierno comenta lo poco que se marcan mis venas.
-En el brazo derecho resaltan más- le dije tranquila.
-Vamos a probar- sonríe- ¡Vaya si que se ven!
No sentí aquella aguja, sólo recuerdo que miré al techo y me desvanecí.
Al mismo tiempo que el doctor aspiraba aquel proyecto de vida, Daniela observaba cómo su hijo salía despedazado. Depositaban sus restos en una bandeja metálica, al alcance de los ojos azules que lo habían incubado. Su abuela estaba horrorizada.
La pequeña Daniela tenía quince años. Su hijo, o al menos las partes que lo formaban, cinco meses.
Abrí los ojos en una habitación continua al quirófano. Estaba sola y me levanté de golpe. Caí al suelo drogada por la anestesia. Mis bragas estaban llenas de sangre; habían colocado la compresa del revés, con mucho mimo. Mis pantalones de licra lucían el negro de la sangre que lloraba mi útero. Una enfermera más amable me acompañó hasta la salilla donde dejé a mi novio.
-¿Qué le pasaba a la niña?- le pregunté confundida.
-¿Qué niña Isa?
-La que lloraba.
-Ah- me sujetó- He oído que tiene quince años. Al parecer estaba abortando de cinco meses, eso es una barbaridad, ¿sabes? No es como a ti que sólo estabas de un mes. Utilizan una técnica diferente y la niña debía estar despierta, como un parto vamos.
-¿Gritaba de dolor?- pensé que en cualquier momento iba a desmallarme.
-No, no, no. Tenían que pincharle una anestesia local y le daba mucho miedo.
Si yo hubiese sido Daniela, querría que llamasen a mi novio. Entonces vi a mi madre llorar delante de mí, y sentí que de una forma diferente a la de Daniela, yo también le hice sentir horror a la mía.
En ese instante no pude imaginar que en menos de un mes, mi perfecto novio me abandonaría. Pero si que la imperfecta de mi madre se quedaría hasta morir.
Porque una persona que te abandona nunca te ha querido.
Y el auténtico amor sólo lo conoce una madre.
 
Isa Garray
 
 
**Bajo el seudónimo de Isa Garray hay un/a colaborador/a de SD y por lo tanto de autoria reconocida por esta web.                                                                                                                                 
 
 
 
 

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