Erase una vez un hombre que llevaba en su frente las huellas de todas las batallas y por eso ansiaba la paz, tenía en sus ojos el resplandor triste de la soledad y por eso buscaba hombros en los que apoyar su cabeza cansada, guardaba en sus manos las líneas de todos los destinos y quizá por eso desconocía su propio futuro.Cubrían sus hombros las alas de todas las aves, brillaban en su costado las escamas de todos los océanos y sacudían sus pies el barro de todos los caminos.
Guardaba sus espaldas con ajadas sedas de la India, su pecho con pieles de Irán, sus piernas errantes con paños de Granada y nada había en él que invitara a la palabra, ni siquiera la sonrisa que dejaba extraviarse entre las mesas de todas las tabernas, porque aunque nadie conocía los caminos que había recorrido, ni por qué perdidos senderos conduciría sus pasos, todos sabían sin embargo que aquel hombre no era un enigma más de la ciudad.
Nunca nadie le acompañaba porque la gente lleva escrito en la sangre el sitio donde quiere morir y por eso no se atreve a soñar lejos de su tierra, pero aquel hombre guardaba todas las patrias en su corazón, todas las banderas en sus manos, todas las tumbas en su rostro, aunque a ninguna cosa amaba tanto como a sus recuerdos. Narraba, a cuantos quisieran detener sus pasos para escucharle, imposibles leyendas nacidas en los cuatro rincones del mundo, de las cuales la mitad no eran verdad y la otra mitad eran sólo fruto de su fantasía.
En su voz cascada los príncipes se convertían en mendigos, los tullidos en atletas, en doncellas los muchachos, en rosas las heridas, en sangre el vino y en carne el pan; la noche en alba, en amor la soledad, en gritos el silencio y en máscara la luna. Sólo una reolina multicolor señalaba la vida o la muerte.Cuentos que jamás de los jamases historiador alguno había reseñado, pero que todos los niños habían soñado alguna vez. En sus huesos de papel se escribieron las imaginarias verdades de esta ciudad recóndita que le acogió amable en su desaliento.
A la luz de un agónico rescoldo yo fui transcribiendo sus palabras, consciente de que algún día, muchos siglos después de esos momentos, otro anónimo caminante vendría a explicar cómo aquella misteriosa aparición nos había devuelto al mundo de la niñez y de la inocencia.
El próximo Domingo editaremos el primer cuento "El ratón del palacio"