Gallardoski.-Los que me conocen, saben que yo tengo un problema que viene de lejos. Con los años, este mal que padezco, no ha hecho sino empeorar. Se manifiesta en forma de bajada de la tensión arterial cada vez que algún sádico o alguna sádica, se empeña en cantarme las excelencias de sus enfermedades, o me narra sus intervenciones quirúrgicas con tal lujo de detalles que piensa uno que al sádico (o sádica), le abrieron la barriga sin anestesia ni nada, para que pudiera luego soltar su experiencia por los bares y enseñar sus asquerosas cicatrices como trofeos de guerra.
Este mal que padezco no se me notaba mucho porque tampoco me junto con gente muy mala.
Lo que me preocupa es que voy constatando cómo esta aversión se está extendiendo a otros ámbitos de mi raquítica vida social.
Yo digo siempre que me entra la fatiga, porque todavía no me siento tan intelectual como para reivindicar la náusea, cuando me cruzo con la vanidad esa que tienen los artistas.
Temo que esa fatiga frente a sus insufribles “ en mi penúltimo artículo ya dejo claro mi opinión sobre esto y sobre lo otro” o sus “Lo que yo te diga” o: “el grueso de mi obra poética” o ese: “El público me aplaudió entusiasmado” o : “Me han llamado de aquí y de allí para que vaya yo acá o acullá a pasear mi palmito” temo, decía, que esa fatiga degenere en desmayos de marquesa o en bajadas de tensión, porque los artistazos pensarán enseguida que me reconcome la envidia y no se van a creer jamás lo de la fatiga.
Tengo un amigo poeta que siempre me dice: ¿pero es que no hay nadie humilde?.
Sí lo hay: Chano Lobato, que tuvo el otro día que hablar en Madrid, y afirmó de sí mismo que “parecía un Castelar, en embustero”.
Así no se hace el ridículo en ninguna parte.
Los pavos reales, sin embargo, son triste carne de parodia en cuanto se van del garito moviendo su culito pinturero.
Fatiga, me está entrando solo de pensarlo, ¡ay!.
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