Un día, a la clase obrera la bautizaron, vamos que le pusieron un mote, y dijeron que algunos de ellos, eran de clase media.Gallardoski.-Los elegidos por el sublime inventor de eufemismos se pusieron el traje de clase media y se colocaron jerséis con dibujitos de reptiles en el pecho que costaban más o menos el jornal de un día.
A partir de ahí el obrero que no había sido abducido por la poesía lírica se encontró con un enemigo nuevo que ni siquiera imaginaba. Como se puso un poco triste porque consideraba al maestro, al empleado de banca y al oficial de primera de albañilería un compañero en la lucha, le buscaron al obrero un paria a su medida: el parado, que la mayoría de las veces lo era por indolente, caradura y mamón. Así las subclases se fueron reproduciendo en una grotesca orgía del hombre acechando al hombre, que diría Miguel Hernández, y todavía buscaron a pobres más pobres que el parado: nos trajeron la infinita tristeza del inmigrante que cuando no venía desde el puto cuerno de África exclusivamente para delinquir como un bellaco, lo hacía para trabajar por cuatro duros y para quitarle el empleo al sufrido obrero indígena. Toda esta operación de sádico maquillaje de la realidad social se fue convirtiendo por mor de la magia manipuladora en la mismísima realidad. Con toda esta basura era cuestión de tiempo que los jerarcas de Europa se juntaran para aprobar jornadas de 65 horas semanales, campos de concentración para rumanos, moros y negros y cualquier otra porquería que se les ocurra a ustedes. La historia ha muerto, decía un japonés, para finiquitar aquella máxima de que la lucha de clases es la partera de la historia. Pues les está saliendo de puta madre.
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