Yo puedo resistirlo todo menos la tentaciónGallardoski.-Estoy alucinando con mi cuerpo. Y no es que esté apuntado en un gimnasio y vaya modelando mi musculatura como un Miguel Ángel de las carnes y las grasas. Hace años, después de un verano de dulces excesos, me apunté a un gimnasio.
Me compré mi ropa deportiva marca buena, mi buen par de zapatillas y hasta una cinta para el pelo, como Rocky Balboa. Fui dos o tres veces - vestido de calle, no de mamarracho- a echar un vistazo a los atletas. Había espejos por todas partes en los que los tipos hechos y derechos, se miraban el contorno de sus bíceps sin demostrar el más mínimo pudor, uno se mira en los espejos, a qué ocultarlo, pero disimulando, como si le diera a uno igual. También había un grupo de señoras y señoritas bastante estupendas, enfundadas en unas mallas, bailando una suerte de danza zulú, mientras el zulú, quiero decir; el monitor, las encandilaba con su acento sabrosón y sus carnes morenas y cubanas, que no sabía uno si adelgazaban las muchachas fruto del baile o de la pulsión sexual que el maromo les provocaba.
La chica que me tomó los datos el primer día, hacía de cicerone en aquellas visitas. Me enseñaba las máquinas milagrosas que eliminarían mis michelines y pondrían en su lugar unos abdominales de puta madre, que por lo visto yo tengo a pesar de no haberlos visto en mi vida. Me mostraba encantada el resultado que habían dado las sesiones de sudor y supongo que lágrimas, bailoteando y haciendo flexiones, en un par de jóvenes.
¿Los ves? Me decía, pues hace seis meses estaban peor que tú, concluía la señorita sin hacerse cargo del daño profundo que esa inocente aseveración me infringía. A la quinta de mis visitas, con la ropa deportiva sin estrenar todavía en mi mochila, la señorita me dijo cuando me vio llegar: ¿Tú no vas a empezar nunca, verdad? . Asentí apenado y concluí mi relación con aquella muchacha y con el mundo deportivo.
Decía que estoy alucinando con mi cuerpo, y de ahí esta perorata, porque le van sucediendo cosas que nunca antes había conocido. Yo fumo. Fumo mucho y cuando estoy de copas, fumo el doble. Pero esto ha sido siempre así, desde los trece o catorce años. Mi cuerpo, esa ingesta de nicotina, alquitrán y toda la porquería que seguro acompaña el placer de mis cigarritos, lo metabolizaba más o menos bien. Al día siguiente se levantaba uno, esputaba rotundamente, tiraba de la cadena para olvidar, como se tiran las viejas cartas de amor o los poemas desesperados de la adolescencia, para olvidar y curarse uno.
Y nada, se salía a la calle silbando alguna coplilla y encantado de la vida porque era sábado o era domingo y el mundo arde los días de fiesta. El cuerpo este, el que tengo, se amanece ahora susurrando una letanía terrorífica. Por tarde que se haya uno acostado, por más que haya uno narcotizado su vigila, el cuerpo como un reloj, sea fiesta de guardar o no, me despierta a la hora de cada día, a las horas laborales. Y como ve el cuerpo que no hago caso de sus requerimientos, me flagela con un silbido en el pecho que trato de no escuchar, pero que se mantiene hasta que comienza a entrarme ese miedo humano y natural que tiene todo hombre a su propio espíritu.
Porque ando convenciéndome de que es mi espíritu, al que jamás he visto (como a mis abdominales) el que me llama.
Al principio eran pequeños suspiritos que hasta me hacían cierta gracia. Ahora ya no, ahora son requerimientos muy desagradables que incluso alguna vez han desvelado a la que a mi lado duerme. ¿Eso que suena es tu pecho? Me pregunta incrédula la mujer. No, es mi espíritu, contesto siempre fingiéndome tranquilo, cuando en realidad tengo más miedo que una Santa a una tentación. Por cierto, lo meto aquí de matute, decía Oscar Wilde: Yo puedo resistirlo todo menos la tentación.
Yo sé que mi espíritu lo que quiere es que deje el tabaco, que abandone los líos nocturnos y me porte bien los fines de semana, porque no tiene bastante mi espíritu con mi docilidad diaria, con mis gestiones, mi trabajito, mis formalidades, mis buenos días un café, por favor, o mis encantado de saludarle señor director de la entidad financiera que me esquilma.
Mi espíritu quiere que vaya a votar en las elecciones , que pague mis impuestos, que guarde las fiestas de guardar y que honre a mi padre y a mi madre. Que controle mis propias erecciones. Mi espíritu lo hace todo por mi bien, aunque me asusta. Dicen los que saben de esto que lo mejor para exorcizarlos, a los espíritus, es un cura un poco majara, con una botella de agua bendita y un crucifijo de madera noble. Pero lo malo es que yo creo que el espíritu este que me posee, es un cura. Y llamar al demonio, aunque no creo en ese malaje azufrado , me da mucho miedo.
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